Conquistar
a las mujeres de hoy requiere más que sólo actitud; aliste una hoja de vida
impresionante.
Es
que antes de los 20 años de edad, lo recuerdo, era más simple. Ellas y nosotros
andábamos en el mismo plan. "¿Quieres bailar?"; y salían a bailar. "No puedo creer que una mujer como tú esté sola"; y bailaban
más pegado. "Hueles
muy rico... Tienes los ojos más lindos que he visto en toda mi vida"; ¡y
listo!, coronábamos el llamado rumbeo.
Éramos como los escoceses de William Wallace
en 'Corazón Valiente': despeinados
y pobres (no siempre sucios), con pocas armas, pero sin miedo a nada, con mucha
actitud, cargados de nuestro barato aguardiente y la emoción de
"¡libertaaaaaad!" que nos daba la mayoría de edad recién adquirida.
Si nos rechazaban, regresábamos sin complejos a nuestro lugar, con la cabeza en
alto. Retomábamos nuestra
posición de felino en cacería: orejas erguidas y la mirada atenta, sin
parpadeos. Vivíamos en una vasta llanura en la que nos sentíamos seguros, porque teníamos
al frente a montones de gacelas esperando a ser perseguidas. Ellas no corrían
muy rápido, querían
dejarse atrapar; lo pedían a gritos.
Ahora, pasando por los 27 y acercándome a los
30, las circunstancias son otras. Me da una profunda pereza sacar a bailar a una desconocida.
No puedo. Me desconozco. Y es extraño, porque estoy mejor preparado que hace 7
ó 10 años: ya me hice la ortodoncia, me operé la miopía, ahora voy siempre
perfumado y uso una camisa de cuello coqueto. ¿Aguardiente? No, qué oso. ¿Whisky? Pero ponemos
todos, tampoco me van a coger de marrano. A robar al Gobierno.
Ahora salimos a conquistarlas como si fuera
una entrevista de trabajo. Aprendemos
de memoria nuestra experiencia académica y profesional, incluyendo datos como
el lugar de residencia, promedio de ingresos mensuales, idiomas dominados y
países visitados.
"Yo estudio secretariado bilingüe"
Por supuesto, nosotros también estudiamos sus
curriculums, algunos de ellos intimidantes, como el de una conocida con quien
había perdido contacto y le pregunté, a través de Facebook, sobre su vida.
Miren esta perla de respuesta:
(...) Estoy en París haciendo una maestría en asuntos públicos
en Sciences Po. Estoy feliz y aprovechando mucho para viajar y conocer.
En septiembre me voy para Nueva York a hacer el segundo año de máster en
Columbia... es un dual degree program que me ha fascinado. Así que estaré en
Colombia como en 2013... Estoy
además aplicando a una beca con el Banco Mundial (...) en el verano voy a
trabajar en la OECD -Organisation for Economic Cooperation and Development-.
Conseguí una practica ahí (...) Tú, ¿qué cuentas de cosas?".
Yo
tenía dos opciones de respuesta:
La primera: decirle que el fin de semana
pasado me había inventado un nuevo clavado en una piscina de Girardot; que vea
que yo también viajo, no sólo ella sabe divertirse. La segunda alternativa era
contarle que hace unos cinco años fui al carnaval de negros y blancos en Pasto
y me emborraché con mis primos; porque yo también tengo mucho mundo... Lo medité
mejor y entenderán ustedes que preferí no responder nada.
Sería más fácil salir a conquistar con la hoja
de vida impresa, de manera que se puedan intercambiar copias y cada interesado
estudie con discreción el perfil del aplicante. Así me hubiera salvado de
varias vergüenzas. "¿Y tú? ¿Qué estudiaste?", le pregunté alguna vez
a una niña. "Secretariado
bilingüe", me contestó. Estuve a punto de decirle: "No llames,
te llamaremos nosotros si resultas elegida" (sí, como no). Pero ella me
descartó a mi primero: "Lo siento, no cumples con los requisitos... aún
vives con tu mamá". ¡Imagínense!
¡Ese pájaro tirándole a esta escopeta! En mi defensa debo decir que mi
mamita me dice "rey" y dudo que haya otra mujer en este mundo
dispuesta a hacerme sentir así en mi paternal castillo.
Es
culpa de nuestros antepasados hombres; cometieron dos errores imperdonables
Un
buen puñado de estas mujeres de hoy, además de estar preparadas académica y
profesionalmente, se acercan a los 30 años con una vasta experiencia en cuanto
a hombres se refiere. Han tenido relaciones largas y
cortas, dolorosas y provechosas. Conocen lo bueno que podemos ofrecerles, pero
también están plenamente informadas de lo que somos capaces. Saben demasiado. No aceptan la mentira, el piropo
fácil o los comentarios cliché. Cuando éramos esos letales felinos
podíamos mentirle hasta a una bizca, con la frase: "Tienes los ojos más
lindos que he visto en toda mi vida". Ella sabía que era mentira, pero estaba en el plan de
dejarse atrapar. Las gacelas son hoy seres más rápidos, astutos, selectivos y
tienen la sabiduría de un veterano de guerra.
Eso no lo vivieron nuestros ancestros. Mi
abuelo materno se levantó a mi abuela diciéndole: "En 15 días vuelvo para casarme con usted".
Cuál curriculum ni qué diablos. En cambio, la generación que nos tocó vivir a nosotros está plagada de
mujeres libres e independientes. Eso, tengo que decirlo, es consecuencia
de dos errores imperdonables que cometieron nuestros antepasados: primero, les
dieron el derecho al voto y luego les permitieron trabajar de igual a igual.
Ahora están empoderadas,
son exitosas, con carácter, graciosas, seguras de sí mismas y no se la dejan
montar. ¡Las volvieron irresistibles y a nosotros dependientes! Yo le hice el reclamo a
mi papá: "Cállese guevón -me respondió él en voz baja-. Hable pasito que
por ahí anda su mamá y si lo escucha me voy a ganar un regaño por culpa
suya".
Qué vergüenza con Napoleón; debe estar
revolcándose en su tumba. Él
decía: "Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan
huyendo". Ese hombre sí sabía de guerra. Por eso entendía que la
democracia tenía sus límites si se quería mantener el patriarcado mundial.
Ellas eran un monstruo dormido que ahora anda suelto. Empezaron haciendo estudios en secretariado
bilingüe y ahora dirigen compañías, gobiernan naciones enteras y se dan el lujo de elegir si nos
aceptan o no.
Queridos
congéneres, no tenemos más opción que asumir el reto. Nosotros también nos
hemos estado preparando; gozamos de más experiencia académica y profesional,
aprendimos nuevas técnicas, somos más zorros y tenemos nuestras propias heridas
de guerra que nos han hecho más fuertes. Muchachos,
a pesar de lo difíciles que parezcan, ellas siguen queriendo que las atrapen;
lo piden a gritos.
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