¿Se
atrevería usted a desprenderse de sus más valiosas posesiones y enfrentar la
vida sin un solo peso en el bolsillo?
Esto
fue precisamente lo que hizo la alemana Heidemarie Schwermer hace 16 años y
este modo de vida no le ha proporcionado más que felicidad.
Cansada de la vida que llevaba como maestra de escuela y
psicoterapeuta y preocupada por la cantidad de personas sin techo que veía en
su país, esta mujer que ahora tiene 69 años decidió lanzarse a una aventura con
la que siempre había soñado: vivir sin dinero.
Y aunque había previsto que el experimento se prolongaría
por un año, al poco tiempo se dio cuenta de que ya no había marcha atrás.
"Fue una gran liberación", afirma, recordando cómo
regaló todo lo que tenía, incluso su departamento.
"Lo
mejor es la sensación de aventura. No sé qué pasará por la noche, ni al día
siguiente por la mañana. No siento miedo, sino una gran curiosidad".
En un
principio, Schwermer comenzó intercambiando cosas: ofrecía sus servicios -desde
limpiar casas hasta ayudar a la gente con sus problemas personales- a cambio de
techo y comida. Pero ahora dice que no se trata exactamente de un
intercambio, sino simplemente de compartir.
"Doy
lo que quiero dar y me dan lo que necesito". De esta manera Schwermer
cubre sus necesidades más básicas. La ropa que viste se la proporciona
la gente con la que convive -desde los collares que usa hasta los pantalones o
los abrigos- y los demás gastos en que incurre -desde pagar por la comida o un
boleto de tren- corren por cuenta de sus anfitriones.
Lo que ella brinda es del orden
de lo espiritual. "No son cosas materiales, sino que brindo mi presencia.
Hay mucha gente que tiene problemas o que está sola. Yo los escucho y los ayudo
pensar qué quieren hacer con sus vidas".
En la práctica funciona más o menos así: Schwermer recibe
invitaciones de gente de distintas partes del mundo que la quiere recibir, y
sus anfitriones le envían un boleto para que pueda llegar.
También
organizaciones, instituciones y grupos la invitan a dar charlas y seminarios
sobre su particular modo de vida.
Para eso hacen faltan muchos amigos, o por lo menos muchas
invitaciones.
Ninguna de esas dos cosas le faltan. Gracias una entrevista
que le hizo una radio años atrás, su nombre empezó a volverse familiar en
Alemania.
A esta primera entrevista siguieron varias por televisión, y
numerosos artículos popularizaron su imagen y su proyecto.
El interés por Schwermer creció hasta transformarse en tres
libros escritos por su propia mano -cuyas ganancias, como es de esperar, donó a
organizaciones de caridad y a terceros- y un documental que actualmente se
exhibe en diferentes partes del mundo.
Pero, a la par de la curiosidad y la admiración que generaba
en algunos, florecieron también las críticas.
Muchos sostienen que es un parásito, que no le hace falta
dinero porque vive del de los demás.
Muchas personas que duermen en la calle tampoco se
identifican con una mujer de clase media, que no tiene nada porque
sencillamente no quiere tenerlo.
Schwermer se defiende. "Es verdad que son otros los que
ganan un sueldo para pagar el pan que yo como, pero yo también trabajo
todo el día. Hago cosas por la gente. En el mundo occidental hay
muchos que se sienten aislados, y yo los ayudo con mi presencia. Puedo ser una madre, una hermana, una amiga, lo que necesiten".
"Quienes dicen eso es porque viven en el viejo sistema,
pero todo va a cambiar", argumenta convencida de que ésa debería ser la
forma de vida para todos.
¿Y
cuando llegue la vejez? ¿Qué pasará cuando su compañía deje de ser una ayuda,
un solaz, para convertirse en una carga?
"¿La
vejez?". "¡Pero si ya soy muy vieja! La verdad que no pienso en esas
cosas. Cuando se presente el problema, también se presentará la solución".
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