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¿SOY CAPAZ DE CAMBIAR?





Desea seguir lamentándose o quiere hacer algo para superar los obstáculos y seguir adelante a pesar del dolor?

Todas las personas necesitan sentir que el mundo posee cierta estructura, que cuanto sucede se mantiene dentro de los límites de lo comprensible. Sin esa sensación de continuidad externa cuesta lograr el tan anhelado equilibrio psicológico.

Cuando el cambio se avecina o irrumpe, se dispara en el organismo una clara señal de alarma. Mental y culturalmente, el cambio se asocia a esfuerzo, sacrificio, dolor, incertidumbre. La tendencia a evitar el sufrimiento es poderosa y ancestral. Ante el cambio tememos perder el equilibrio y los cauces que aportan seguridad. En momentos de cambio una persona deja de estar lo poco o medianamente bien que estaba para empezar a convivir con la posibilidad de que todo se tuerza. Esa ambigüedad es una fuente de ansiedad.

El miedo al sufrimiento subyace en la tendencia a aferrarse a lo conocido, a que se repitan una y otra vez pautas de comportamiento o de relación que resultan perjudiciales o no aportan bienestar. La infelicidad se antoja entonces más controlable y justifica frases como: «más vale malo conocido que bueno por conocer» o «que me quede como estoy».

¿Qué se gana con el cambio?
Esta pregunta, siendo pertinente, tiene su punto absurdo. Con el cambio se sigue, simplemente, viviendo.

Desde un punto de vista más filosófico, si el cambio es inevitable no está en nuestras manos decidir si lo emprendemos o no, puesto que aparecerá de todas formas. Cierto que en ocasiones el cambio no surge por sí solo: es posible, por ejemplo, decidir mejorar o desarrollar alguna cualidad personal. Pero la evolución no se detiene nunca, no hay nada que no esté en constante cambio. Tampoco existen los momentos estáticos en la psique; si no se decide nada, se sigue cambiando, tal vez en un sentido no previsto o impelidos por el impulso o por alguna emoción intensa. Desde el punto de vista psicológico, asumir el reto de enfrentarse al cambio o de emprenderlo de modo consciente otorga la oportunidad de dirigir el proceso, de adaptarse mejor a aquello que acontece, de resolver problemas y dificultades –tanto personales como de relación–, aprender con ello y, por tanto, prepararse mejor para el siguiente desafío. En sí misma, la experiencia de logro aumenta la propia estima y seguridad y contribuye a fortalecer la personalidad. El decálogo para cambiar

El cambio puede aparecer abrupta e inesperadamente, marcando un trágico antes y después; o ser deseado y planificado. En ambas circunstancias, he aquí unas claves que resultarán útiles para atravesar el dolor, en unos casos, o vivir mejor el proceso, en otros:

Establecer rutinas diarias aporta la seguridad y la sensación de control que se agradece en momentos de crisis.

Cuidarse. El cuerpo es la base. Es preciso comer de forma equilibrada, realizar algún tipo de actividad física, lograr un sueño reparador…

Atender las necesidades propias tanto físicas como emocionales.

No aislarse. Siempre hay gente alrededor con quien compartir las dudas, el desconcierto, el dolor y también la esperanza.

Recordar que si bien no se puede tener control sobre los acontecimientos, sí se puede decidir qué hacer con ellos o a partir de ellos.

Distinguir entre lo que depende de uno y lo que no. Dedicar los esfuerzos a gestionar y enfrentarse a cuanto está en las propias manos y relajarse respecto a todo lo demás.

Pensar en otras dificultades que ya se vivieron. Y evocar los recursos que sirvieron para afrontarlas, qué funcionó y qué no.

Alimentar la esperanza de que es posible atravesar el dolor y conseguir lo que uno se propone.

Definir bien el problema, fijar objetivos claros y factibles. Si se acumulan varias fuentes de estrés, ir paso a paso, una cosa después de la otra, día a día…

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