Las
aventuras y desventuras de los piratas atraen, y por eso se hacen tantas
películas sobre ellos. La palabra pirata se liga a términos griegos que
significan prueba (peira), o fuego (pyros). De hecho, los bucaneros o filibusteros
tenían la costumbre de quemar el barco que atacaban y robaban. Cuando un
gobierno les daba una licencia o patente de corso para saquear, los piratas
eran corsarios. Recordando eso, mira si tú a veces te crees con patente de
corso para abusar, engañar o corromperte.
Con
una ética elástica te das una licencia para obrar mal pensando: así soy yo, o
todos lo hacen, o aprovecho mi cuarto de hora. Si te autoengañas, hallas
la excusa perfecta para obrar, y lo grave es que acabas creyéndote tus mentiras y justificando lo peor.
Todos los piratas terminaron mal, como mal termina todo el que mal obra, solo
dale tiempo al tiempo y lo verás.
El mismo día que Heinrich Himmler manda aniquilar el
gueto judío de Varsovia, en 1943, escribe a su mujer y su hija: “Espero os
guste el paquetito con bombones y almendras. Un pequeño saludo de vuestro
papi”. Si lo lees ¿no quedas estupefacto? El tipo manda a matar a miles de
judíos con una frescura glacial, pero habla de su regalo como buen padre y
esposo. Entonces, uno se pregunta ¿para dónde viajaron en su vida el corazón y
la consciencia? ¡Tan y desconcertantes los seres humanos!: un poderoso manda a matar y va
al templo, el sicario cumple la orden y reza, y los corruptos roban
billones y sonríen en una reunión social. Todos se creen sus ‘mentiras
personales’ y juran que son buenos mientras causan estragos y dicen, “creo en
Dios”. Como el esposo que, mientras pone los cachos jura, ¡te quiero amor!
Se
vive con una ética y una fe elásticas que cada cual estira hasta donde le
conviene. Que eso lo haga un pobre sin estudios, se comprende, pero los
peores son personas de estrato alto en dinero, pero no en moral. Ocurre en países con una ‘ética de caucho’
y un apagón moral, una dirigencia corrupta y un pueblo aguantador.
Conocido es el desprecio que sentía el filósofo Diógenes
por las convenciones sociales. Tanto que, ello le llevó a vivir en el interior
de un tonel. En cierta ocasión, un discípulo le preguntó:
-Maestro,
¿a qué hora debe ir uno comer? -Depende, si eres rico puedes comer cuando
quieras y, si eres pobre, siempre que puedas. Sus únicas pertenencias
eran: un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco, que dejó el día que vio a un
niño beber agua que recogía con sus manos. Andaba por las calles de Atenas con
una lámpara encendida y la acercaba al rostro de las transeúntes. La gente le
preguntaba por qué hacía algo tan inusual y él respondía: “Busco un buen ser
humano”.
Imagina
a Diógenes con su lámpara para políticos y dirigentes sin ética. Hay que evocar
a personajes de tanta talla moral con la esperanza de que las conciencias
aletargadas despierten.
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