Yo fui la más callada
de todas las que hicieron el viaje hasta tu
puerto.
No
me anunciaron lúbricas ceremonias sociales,
ni
las sordas campanas de ancestrales reflejos;
mi
ruta era la música salvaje de los pájaros
que
soltaba a los aires mi bondad en revuelo...
No me cargaron buques pesados de opulencia,
ni alfombras orientales apoyaron mi cuerpo;
encima de los buques mi rostro aparecía
silbando en la redonda sencillez de los
vientos.
No
pesé la armonía de ambiciones triviales
que
prometía tu mano colmada de destellos:
sólo
pesé en el suelo de mi espíritu ágil
el
trágico abandono que ocultaba tu gesto.
Tu
dualidad perenne la marcó mi sed ávida.
Te parecías al mar, resonante y discreto.
Sobre ti fui pasando mis horarios perdidos.
Sobre mí te seguiste como el sol en los
pétalos.
Y caminé en la brisa de tu dolor caído
con la tristeza ingenua de saberme en lo
cierto:
tu vida era un profundo batir de inquietas
fuentes
en inmenso río blando corriendo hacia el
desierto.
Un día, por las playas amarillas de histeria,
muchas caras ocultas de ambición te siguieron;
por tu oleaje de lágrimas arrancadas al cosmos
se colaron las voces sin cruzar tu misterio...
Yo
fui la más callada.
La
voz casi sin eco.
La conciencia tendida en sílaba de angustia,
desparramada y tierna, por todos los
silencios.
Yo
fui la más callada.
La que saltó la tierra sin más arma que un
verso.
¡Y aquí me veis, estrellas,
desparramada y tierna, con su amor en mi
pecho!
Dame
tu estar, amor, en los extremos, tu presencia y tu infiel sabiduría: por los
caminos de la sangre mía ya no sé si es que vamos o volvemos.
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