Los miembros de Comedores Compulsivos Anónimos
saben desde hace tiempo lo que ahora comienzan a ver claro los neurocientíficos
y los endocrinos: hay
alimentos que no pueden parar de ingerir, aunque saben perfectamente que no les
convienen. Quienes pertenecen a esta organización no se inclinan por las
frutas o las verduras. El
paladar les reclama, más bien, costillas con salsa barbacoa, hamburguesas o
helados. En
definitiva, comidas muy ricas en grasas y azúcares.
Un equipo de investigadores estadounidenses
del Departamento de Psicología de la Universidad de Texas (Estados Unidos),
llevó a cabo un experimento con 26 mujeres obesas o con sobrepeso. Durante un
periodo de seis meses se les ofrecieron dos tipos de batidos: sabrosos y
calóricos o insípidos y sin calorías.
La
técnica de imagen conocida como resonancia magnética funcional mostró que las
féminas que ingirieron mayores cantidades de la bebida potente y ganaron más
peso eran aquellas cuyos cerebros mostraban una menor activación de la zona
asociada a las comidas gratas al paladar.
Esta aparente paradoja tiene su explicación. "Se trata de un mecanismo
muy similar al de las drogas". "La hipótesis es que el ser humano,
cuando come, recibe una compensación, ya que los alimentos le causan
placer". En este contexto, "las personas a las que el alimento les produce
menos satisfacción suelen coger más peso porque tienden a consumir más para
conseguir esa gratificación".
Con todo, los expertos creen que no se puede
hablar de adicción en los mismos términos que cuando nos referimos a las
drogas. "Hay muchos
puntos en común, pero también algunas diferencias".
Entre los aspectos semejantes destacan los
síntomas, ya que, según este experto en neurofarmacología, "se puede llegar a la
pérdida completa del control tanto en la búsqueda de comida chatarra como de
drogas". Estudios con animales muestran que éstos siguen
atiborrándose de forma continua incluso cuando se les castiga cada vez que lo
hacen con una descarga eléctrica.
Asimismo,
los comedores compulsivos pueden sufrir recaídas tras haber logrado moderar su
consumo de calorías.
Desde el punto de vista neurológico también
hay coincidencias. Las
sustancias de abuso y los platos gratos al paladar producen efectos parecidos
en el cerebro. Concretamente, actúan sobre neurotransmisores (compuestos
que transmiten los impulsos nerviosos) como la dopamina.
En cuanto a las diferencias, en primer lugar,
la propia naturaleza de las sustancias: "La comida es necesaria para la supervivencia; la
droga, no". Por eso, la activación de los circuitos de recompensa
que produce un estímulo natural no puede ser totalmente equivalente al que
genera un compuesto que no nos resulta imprescindible.
Por otra parte, varía el patrón de consumo. Muchas personas toman drogas,
pero sólo unas cuantas (una de cada siete de ellas) se enganchan. El
abuso de la comida de alta gratificación al paladar, a la que todos estamos
expuestos, afecta, como
mucho, a uno de cada 30 sujetos.
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