Articulo
escrito por Óscar Tulio Lizcano quien luego de haber sido librado de un
secuestro de casi 9 años, se reencontró con uno de sus captores:
Hace unas semanas me encontré en la ciudad de Manizales
(Colombia) con Jofre, uno de los diecisiete comandantes del frente que tuve y
uno de los más crueles carceleros. Ambos íbamos caminando por la Carrera 23.
Jofre se desmovilizó el 17 de febrero de 2009. Es un moreno alto, flaco, que
tenía una estricta convicción militar. En alguna ocasión se me acercó y me preguntó si el
petróleo se sembraba como el maíz y el fríjol.
Muchos amigos me han preguntado qué siento
cuando estoy cerca a los guerrilleros, hoy desmovilizados, que fueron mis carceleros
durante mis años de secuestro y que me causaron a mí y a mi familia
tanto dolor. ¿Cómo puedo
hablarles, si fueron crueles verdugos que pisotearon mi dignidad durante casi
nueve años?
Combatió 29 años en las Farc. Entró al grupo
guerrillero por su destreza para manejar lanchas con poderosos motores. Por eso
le correspondía transportar armas desde Puerto Ubaldia, en territorio panameño,
hasta Capurganá y Acandí. Estas armas eran pagadas con coca, que él mismo
transportaba.
Cuando lo vi de nuevo, no sentí
odio. Se acercó para saludarme. Le respondí mirándolo
a los ojos fijamente, no sé por cuántos segundos. Ese cara a cara fue grato,
pues sentí una gran paz; recordé a Dostoievski: "La
felicidad siempre está allí, como un árbol, en todo lo hermoso que hay en cada
paso". De no ser así, estaría condenado a seguir encadenado mentalmente a esa
pútrida selva en la
que me mantuvieron secuestrado. Constaté en sus pupilas vacías que algo de vergüenza sentía.
Aproveché para preguntarle varias cosas que
siempre me inquietaron. Una de ellas fue el por qué de esa actitud de rabia hacia mí, pues fue uno de
los carceleros que más tiempo estuvo conmigo. Su rostro se puso rojo
como la papada de un pizco y en fracciones de segundo quedó blanco como un
papel. "¡Viejo,
perdóneme! -dijo-, lo hice por orden de los comandantes". Le dije
que olvidáramos aquello, que lo más importante era que él aprovechara la
oportunidad que le está dando el Estado para que se convierta en una persona de
bien.
Lo invité a tomar algo a la pastelería La
Suiza y hablamos un rato más. Cuando nos separamos se me vinieron a la memoria muchísimos recuerdos.
En la noche intenté conciliar el sueño, pero todo era una película que pasaba
por mi mente recordándolo a él. Escuchaba su risa y, por un momento, los
antebrazos se me salpicaron de esa escaramuza que se siente cuando se es
humillado. Recordé aquellas frases con las que pretendía vencer mi
férrea voluntad de vivir."No queremos verlo metido en una bolsa negra
-decía-. Nosotros nos volamos con los fusiles para defendernos. Pero recuerde:
usted no está en condiciones de escaparse de nosotros, porque vivo no se lo
entregamos a ese paramilitar de Uribe".
En uno de los recorridos por la selva
chocoana, me dio un
principio de infarto. Se me paralizaron el brazo y el pie izquierdo. Vi
a Jofre caminar hacia mí, tenía una sonrisa irónica y el peso de su morral
hacía que su cuerpo tuviera cierta altivez. Cuando le solicité medicamentos y
que me auxiliara para llegar hasta el campamento, se negó contestándome: ¡Usted no tiene nada, eso es pura
joda suya! Me tocó arrastrarme; varios días de terapia me permitieron
recuperar la motricidad. La primera noche padecí el ataque de las hormigas que
se comieron mi toldo. Ja, ja, ja -se burlaba Jofre-, ¡está jodido el cucho! Escuchaba su risa y me sentía
tan humillado, que prometí no dejarme vencer. Me arrastraba desde mi
caleta hasta un árbol; me abrazaba al tronco para ponerme en pie. Movía las
piernas una y otra vez, muchas veces, hasta que superé la parálisis. Aprendí que uno requiere más
valor para sufrir que para morir.
Sí, recordé aquellos malos tratos de Jofre.
Pero, después de varias vueltas en la cama, reafirmé una vez más lo que
escribió Ling Yutang en su libro Una hoja en la tormenta: "uno puede olvidar
fácilmente el odio, pero no el desprecio". Eso fue lo que sentí
cuando lo vi. Luego, pude dormir.
NOTA: ESTE SEÑOR LIZCANO ES ADMIRABLE, DEFINITIVAMENTE MI DIOS NO LE
MANDA A UNO PENAS QUE NO SEA CAPAZ DE SOPORTAR.
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