La ambición y la avaricia son la raíz de todos los males y no permiten que florezcan las virtudes.
El codicioso es como una nave demasiado cargada que es hundida por el ímpetu de una tempestad.
El ambicioso sufre estresado, sin paz y sumergido en aguas profundas y oscuras por las preocupaciones.
El que no tiene apegos es, en cambio, un viajero ágil que encuentra refugio en todos lados.
Es como el águila que vuela por lo alto y baja a buscar su alimento cuando lo necesita. Está por encima de cualquier prueba.
Con desapego gozas el presente y te elevas a las alturas sin temores por el futuro.
No te encadenes a lo material y ama lo celestial; con Dios tienes pies ligeros y no cargas preocupaciones.
Domina pues la ambición, no seas posesivo y aleja el dolor; vive con ánimo sereno, sin ningún tipo de atadura.
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