Pensar dos veces antes de voltear el salero a discreción sobre la comida permitiría que la gente alcanzara la cantidad máxima de consumo diario recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS): 5 gramos .
Los beneficios que una disminución de esta sustancia trae a la salud cardiovascular bien valen el esfuerzo: ingerir unos 3 gramos menos de sal al día (una cucharadita de té, más o menos) reduce 5 milímetros de mercurio la presión arterial “máxima” o sistólica.
Esta modificación en la dieta se traduce en bajar un 40 por ciento el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular o ACV (derrame o trombosis cerebral); también reduce en un 16 por ciento las probabilidades de infartarse.
“Cerca del 50 por ciento del consumo excesivo de sal proviene de comidas como el pan y los alimentos procesados”, dijo Mario Virgolini,coordinador del Plan Argentina Saludable de la cartera sanitaria.
Un estudio del Instituto Nacional de Tecnología Industrial y la Federación Argentina de la Industria del Pan y Afines les da la razón a las autoridades: el 2 por ciento del pan que ingieren los argentinos es sodio y una reducción del 25 por ciento de ese nivel de sal durante la panificación (un 0,5 por ciento) disminuiría 1 gramo de sodio por día por persona. “Se evitarían en 5 años 20 mil infartos, 20 mil ACV y 2 mil muertes anuales en mayores de 35” , asegura Virgolini.
En las cantidades adecuadas la sal es vital para el funcionamiento de todos los órganos. Ella regula la digestión y controla el nivel bacteriano y se encarga del equilibrio del agua y de los minerales. Responde por la actividad eléctrica del cuerpo, evita calambres y les da sabor a las comidas.
El exceso, sin embargo, es malo para todo. Los nefrólogos, por ejemplo, promueven la reducción del consumo para proteger la salud de los riñones. Un gramo de sal contiene un 40 por ciento de sodio, que el organismo procesa en los riñones. Cuando se consume mucha sal éstos envían al flujo sanguíneo el sodio que no pueden procesar.
Una vez en la sangre, el mineral produce una acumulación de agua y ese aumento del volumen del flujo sanguíneo necesita de más presión para recorrer el cuerpo. Esto hace que el corazón trabaje más para bombear la sangre.
Un estudio sobre 3.000 adultos, publicado en el 2007 en British Medical Journal, que despejó toda duda sobre los efectos positivos de la reducción del consumo de sal hasta ese momento, reveló también que el sodio reduce la elasticidad de las paredes de los vasos sanguíneos y endurece las células cardíacas.
Los autores, del Brigham and Women’s Hospital y de la Escuela de Medicina de Harvard, observaron que las personas con presión elevada que habían disminuido entre un 25 y 35 por ciento el consumo de sal, tuvieron un 25 por ciento menos riesgo de desarrollar enfermedades cardio y cerebrovasculares en los próximos 10 a 15 años.
“La dieta hiposódica reduce entre 3 y 4 milímetros de mercurio la presión sanguínea, lo que tiene un gran impacto en la reducción de la mortalidad por problemas como el infarto o el accidente cerebrovascular”, señaló Guillermo Fábregues, vicepresidente de la Fundación Cardiológica Argentina.
El Colegio Estadounidense de Cardiología va más allá. En el libro publicado en el 2008 para reducir en diez años el 60 por ciento de las enfermedades cardiovasculares, se lee: “En términos de requerimiento diario de sodio obtendríamos suficiente cantidad si comiéramos toda la comida sin agregar un solo grano de sal”.
- Claves para reducir la sal que las personas se comen al día, un 10 por ciento está naturalmente en los alimentos, el 75 por ciento la agregan durante la preparación y el otro 15 por ciento es la que ponen en el plato servido.
Así, cada una acaba consumiendo de 10 a 12 gramos .
Hay que eliminar los saleros y limitar el consumo de estos alimentos:
- Conservas o platos precocidos.
- Salsas como mayonesa, mostaza, salsa de soya o de tomate.
- Quesos, encurtidos y embutidos.
- Carnes y pescados salados o ahumados.
- Comidas de paquete, como las papas, y frutos secos salados.
- Productos de pastelería y galletas
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