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LA TOMA DE DECISIONES, CUENTO MAL ECHADO...


A mí me enseñaron a "tomar" decisiones. Me dijeron que si no aprendía a hacerlo, no llegaría lejos en la vida. Me pidieron pararme con firmeza ante los retos, y la inclemencia del dinero y las multinacionales... para determinar el rumbo, previa consideración de las posibles consecuencias. Me dijeron que lo peor era permitir que alguien decidiera por mí, que el mundo era de los valientes... y que de no asumirlo fracasaría estruendosamente .

"Alguien tiene que tomar el mando siempre"... me advirtieron con gravedad mis jefes y socios... "es preciso marcar el paso, la vida se forja... el destino está en tus manos, hijo"...

Y me comí el cuento.

Por muchos años decidí esto y aquello. Armé compañías, dirigí negociaciones, contraté o despedí gente, compré y vendí acciones, maquinaria. Impuse criterio. Lo que yo decía se hacía. Punto. No hubo nunca vacío de poder. No fueron pocos los promovidos o las intenciones, y los inventarios y los procesos. Durante años, que hoy parecen siglos, estuve realmente convencido de tener la razón.

Pero luego de tantos balances y pérdidas, sinrisas y llantos, he llegado a algo completamente diferente: Este no es un país /continente / mundo a medias, sino de extremos, lleno de ángeles y demonios. Unos abiertos, dialogales; otros untados hasta el cogote, caprichosos. Los hay sospechosos. Necios. Intransigentes y fundamentalistas. Lloriquetas. Monosilábicos. Diversos. Divertidos. Genios. Gente. Y mientras el uno empuja cuando debería parar, el otro para cuando debería empujar; un tercero grita y patalea, y se queja sin cesar, o abusa; y la violencia que tanto deploramos nos rodea, nos define, nos embarga, con su juego de parciales, y la terquedad implícita, y una espesa nube de consecuencias. Polaridad. Inequidad. Rabia.

La circunstancia obliga, en realidad.

El negocio con la mejor tasa interna de retorno será siempre el primero en quebrarse. Remember Enron. El financista prometedor resultará otro. Mire la historia: mi primera mujer me cambió por un tercero sin que me diera cuenta, y el dinero que "gané" ayer, se fue hoy en el accidente de tránsito. Y el chicle pegajoso, masticado, sigue ahí, debajo de la mesa de negociación, en todas partes. Porque el miedo circula, ronda, nos envuelve y se ha vuelto negocio.

Así que, contrario a lo que me dijeron en la universidad, he llegado a la conclusión de que quien "toma decisiones" en realidad está perdido... tal vez por eso las toma. Está confuso porque no ha leído lo que está ahí, frente a sus ojos, la realidad común; y no fluye… a estas alturas del partido no sabe distinguir entre "decisión" y su propia terquedad.

Controlamos poco a decir verdad, acaso sobre la salsa que acompañará la pasta del almuerzo. El resto pasa porque pasa, y se desenvuelve a diario (mercado, vivienda, vestido, etc), dependiendo fundamentalmente de la emoción. Los eventos no son racionales, y por eso a menudo, tampoco coherentes, mucho menos sabios. Uno cree que sí, y cree que obedecen a secuencia entendible, lógica; y cree que los demás son como uno. Pero nada más falso.

Nuestro modelo de pensamiento, lineal por definición, es simplemente infantil. En alguna parte nos perdimos. Seamos francos: hay quienes toman "sabias" decisiones y les va "bien". Hay quienes toman "malas" decisiones y también les va bien... y hay quienes no las toman en absoluto y resultan de presidentes. La vida es un chiste. Shakespeare tenía razón: parece un largo cuento contado por un idiota.

El "desarrollo" no depende del logro planeado en absoluto. Nadie sabe qué va a pasar jamás. El mismísimo Alan Greenspan, ex-director de la reserva federal no tiene idea de cómo se comportarán las monedas mañana. La policía insistirá en el control (y la contención) y el gerente de turno intentará desarrollar su compañía conforme al presupuesto. Mis socios y clientes se motivarán por las "utilidades"; sin importarles mucho lo que tienen que hacer para lograrlas. Y mis profesores y colegas seguirán insistiendo en el conocimiento formal como fundamento central de la competitividad y de la movilidad social.

Pero de tanto secar lágrimas en los entierros, y de lidiar quiebras y fusiones, estoy por concluir que antes de "tomar" más decisiones, bien nos valdría aprender a leer el entorno, y fluir.

Las decisiones no se toman: se reconocen, se coconstruyen, se formalizan. La diferencia es la sabiduría.

Un toque de humildad bien podría volvernos estratégicos.


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