Existen familias que por generaciones mantienen una
vocación de servicio público, y además tienen una educación privilegiada y un
temprano acceso al poder
Para hacer política en este país uno tiene que ser un general
de tres soles o un hijo de un expresidente.
A través de leyes y umbrales, los partidos y los caciques
han ido cerrando los
espacios para iniciativas alternativas e independientes, como los movimientos
significativos de ciudadanos.
Los partidos políticos ya no son la cantera fértil para la formación de nuevos
líderes con una ideología clara y una propuesta para la sociedad. Las
colectividades no tienen escuelas de formación ni, en su mayoría, centros de
pensamiento.
Para aquellos pocos que buscan hacer carrera política
desde los partidos, a
pesar de las roscas y las fracciones internas, la lucha no es fácil.
No
se están brindando oportunidades a los jóvenes y gente de las regiones
que quiere trabajar en el sector público.
Los
partidos no generan propuestas atractivas para la sociedad y se
convierten en una pasarela de candidatos que se activa en momentos electorales,
es decir en una especie de rótulo para acceder al poder o para mantenerlo.
La política se redujo a una fórmula de transacción (de puestos, de
favores, o de intereses).
El clientelismo es la antítesis de liderazgo. Solo un
líder sin ideas promueve la clientela, pues en vez de convencer y generar confianza, compra.
Es muy diciente que solo en las ciudades donde hay más
cobertura y calidad en educación y donde existe una clase media fuerte, el voto de opinión le
pueda competir al clientelismo, con resultados favorables.
El servicio público sufre de un
gran desprestigio a escala mundial. Es una tendencia creciente y
preocupante que los jóvenes más preparados no están interesados en la política. Los
reconocimientos y las
recompensas son mayores en el sector privado mientras que la humillación
y el castigo son mayores en el sector público.
Ser un líder político fuerte y creativo es cada vez más difícil.
Hoy por hoy, la política es considerada una
actividad desprestigiada, una profesión poco digna. Pocos jóvenes
sueñan con arengar en la plaza pública y menos aún ven la política como una
herramienta para lograr grandes cambios sociales. A muchos también les preocupa la baja
remuneración y la lupa inclemente de los entes de control como la
Fiscalía, la Procuraduría y la Contraloría aun cuando se tratan de hacer las
cosas bien.
Hay que ser héroe o mártir para
estar en el servicio público.
¿Está condenado entonces el país a ser gobernado por una
misma élite?
Las dinastías políticas seguirán existiendo pero solo una nueva generación con
vocación de servicio podría oxigenar las democracias.
No existe una cultura de
liderazgo público que cree espacios amplios y semilleros fértiles
para que estas figuras nacientes florezcan sin importar su origen.
NOTA: ESTAS IDEAS APLICAN PARA MUCHOS PAISES DEL MUNDO.
A TRAVEZ DE LA HISTORIA HAN SURGIDO LIDERES CAPACES DE TRASFORMAR AL
MUNDO. ESPEREMOS QUE LLEGUE PRONTO.
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