Entrevista
a Paul Dolan, profesor del London School of Economics, por más de una década se
ha dedicado a estudiar la relación entre psicología, economía y políticas
públicas. Para él, la felicidad consiste en encontrar un balance entre lo que
produce placer y un sentido de propósito.
¿Por qué los políticos deberían preocuparse por la
felicidad en nuestras vidas privadas?
Nuestro
objetivo, a larga, es hacer lo que podemos para ser más felices, en
tanto individuos y ciudadanos. Y me parece un poco perverso que quienes toman
las decisiones públicas no estén interesados en saber qué es lo que nos mueve a
buscar esa felicidad. Las
decisiones políticas tienen una influencia enorme sobre nuestras vidas.
Se puede discutir hasta qué punto eso es válido, pero de hecho, influyen
bastante sobre lo que hacemos: cómo usamos nuestro tiempo libre, cómo se gasta
la plata que pagamos en impuestos. Si se llegara a demostrar –y esto es motivo
de debate– que las buenas relaciones sociales son un factor
determinante de nuestro bienestar, los gobiernos podrían diseñar políticas o
incentivos que harían más fácil relacionarse.
¿Qué determina la felicidad?
Las cosas en las que más
atención invertimos (disculpe que use un término económico) son las que
determinan nuestra felicidad. Si no somos felices, entonces no estamos invirtiendo nuestra atención en lo que debemos.
Por eso, para tomar decisiones que van a afectar nuestra felicidad debemos
pensar primero en las cosas a las que más atención les prestamos, las que más
nos afectan.
Usted ha dicho que no somos muy buenos prediciendo
nuestra felicidad. ¿Por qué?
Una de las razones tiene que ver con la ‘Teoría de la
galleta de la fortuna’, de Daniel Kahneman. Según él, nada en la vida es
tan importante como se cree, mientras se está pensado en ello.
Cuando pensamos en nuestro bienestar y en el de nuestros seres queridos,
partiendo de nuestras circunstancias actuales, les prestamos atención a cosas a
las que por lo general no se la prestamos. Si nos preguntan qué tan felices nos hará un aumento de
salario, por ejemplo, tendríamos que imaginar cómo sería nuestra vida después
del aumento. Y, claro, nos pondríamos muy felices. Pero una vez llega el aumento,
dejamos de pensar en ello, nos acostumbramos, nos lo gastamos todo, y este deja
de llamar nuestra atención de la forma como esperábamos. La lección
detrás de todo esto –y aquí es donde está el verdadero reto– es pensar en las cosas que no dejarán de llamar nuestra atención con el
tiempo.
¿Cómo qué cosas?
Una de las cosas buenas sería
pasar tiempo con la gente con quienes disfrutamos. Uno no se
acostumbra a los amigos que tiene hace 20 años; son como un buen vino, empiezan a madurar con la edad.
Estar con ellos es muy satisfactorio. Del lado negativo, están la ansiedad y la
depresión. Los desórdenes mentales no tienen mucha atención. Y los gobiernos
quizás deberían priorizar en esas cosas negativas e invertir más dinero en
minimizarlas.
¿Cómo?
Se ha demostrado, por ejemplo, que
la gente que tiene que recorrer trayectos más largos para llegar al trabajo es
menos feliz. La forma más suave como podrían intervenir los
gobiernos es informar a la gente sobre las consecuencias de los viajes largos.
Luego se podrían hacer campañas de persuasión, subiendo los precios de estos
viajes; siendo más radicales, un gobierno totalitario simplemente no dejaría
que la gente viaje distancias tan largas. Todo depende del contexto y del
aspecto por tratar.
¿Qué hacer entonces, para ser más felices?
Hay
pequeñas cosas –bueno, en realidad, no tan pequeñas– a las que se les debe dar
prioridad. Está demostrado que resolver las
situaciones de incertidumbre nos ayuda a adaptarnos y a superar los problemas
con éxito. Los datos muestran que durante una separación hay un descenso muy significativo
en los índices de bienestar, pero que una vez se firma el divorcio estos
empiezan a subir. Creo que parte de la explicación es que durante un
proceso hay considerable incertidumbre y esta nos quita bastante atención. La lección aquí es que tendemos a aplazar la toma de decisiones, porque
nos preocupa el resultado, pero rara vez este termina siendo tan malo como lo
imaginamos.
¿Qué tan cierta es esa frase que dice que todo mejora con
el pasar del tiempo?
Bueno,
no todo. Por eso menciono la depresión. Nunca me acostumbraré a estar
deprimido, aunque hayan pasado diez años. Pero nos acostumbramos relativamente rápido a muchas cosas,
como a nuestro salario o a ciertos problemas de salud, como los
problemas para caminar, que tienen que ver más con nuestras funciones físicas. No estoy diciendo que los problemas no importan o dejan de importar,
sino que algunos terminan importando menos que los que siempre van a quitarnos
buena parte de atención.
Usted dice que el dolor de una pérdida genera más
sufrimiento, en términos comparativos, que el de bienestar de una ganancia.
¿Cómo afecta esto la toma de decisiones que implican un riesgo?
Es
que somos una especie muy optimista. Mientras nos asusta mucho imaginar “los
peores escenarios” o le tenemos miedo a la pérdida, también nos convencemos de
que la pérdida es muy improbable. Así que optimismo y pesimismo, dos
fuerzas contrarias que se balancean, entran en juego al tomar decisiones.
Colombia es el país más feliz
del mundo, según Gallup. Pero tenemos altos índices de inseguridad y
desigualdad. ¿Cómo se puede explicar este resultado?
No tengo la respuesta, pero le puedo dar varias
posibilidades desde el punto de vista metodológico. La primera es que puede no ser cierto. Esas
encuestas de felicidad tienen en cuenta aspectos globales y hacen preguntas
sobre los niveles generales de satisfacción. Las respuestas suelen estar
relacionadas con la forma cómo se hacen las preguntas y, además, puede haber
algunas diferencias culturales significativas en la manera en que la gente las
responde. Por otro lado, puede ser que se hayan tenido en cuenta factores
equivocados que determinan la felicidad. Sin embargo, no me sorprendería
que Colombia sea uno de los países más felices, aunque los datos no se
correspondan con los niveles de ingreso u otros factores. Es muy probable que los colombianos sepan priorizar sus relaciones (y
estas para mí son uno de los principales determinantes de la felicidad),
mientras que en países con altos niveles de ingreso, la gente de hecho está
dejando de lado los factores que más contribuyen a su bienestar.
Muchas de estas encuestas preguntan por los niveles de
satisfacción y placer. ¿Pero pueden estas sensaciones ser igualadas con la
felicidad?
Creo que la felicidad es una
experiencia, algo que se vive en las actividades cotidianas. Las
preguntas sobre la satisfacción no son las mejores y creo que las encuestas que
preguntan sobre los estados de ánimo son mucho más acertadas. Yo prefiero las
preguntas que giran en torno a los niveles de propósito y sentido. De esta
manera, estaríamos partiendo de que la felicidad surge del
balance entre placer y propósito. Ahora, no todo el mundo encuentra
este equilibrio de la misma manera. Hay personas que son lo que yo
llamo “máquinas de placer” y otras que son “motores de propósito”. Para llevar
una vida feliz, debe haber un cierto balance entre estos objetivos.
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