Estos
son algunos relatos de sobrevivientes:
Todos
los años el invierno mata a decenas de personas en Europa.
El de 2012 no fue la excepción y, según reportes oficiales, ha cobrado la vida
de al menos 250. Por eso todavía nadie entiende cómo el sueco Peter Skyllberg,
de 44 años, soportó temperaturas de hasta 30 grados centígrados bajo cero
atrapado en un carro cubierto de nieve durante dos meses. Cuando unos lugareños
encontraron el auto abandonado en un pueblo al norte de Estocolmo, el hombre
estaba envuelto en una bolsa de dormir. A pesar de lo débil que se veía,
podía hablar. Según él, había sobrevivido con un par de barras de chocolate y
sorbos de hielo derretido desde el 19 de diciembre. La increíble hazaña tiene a científicos de
diferentes partes del mundo hilando toda clase de teorías. Algunos dicen
que Skyllberg se adaptó al frío extremo y a la escasez de alimentos como lo
hacen ciertos mamíferos en invierno. También hay quienes aseguran que el carro
hizo las veces de un iglú y lo aisló de las bajas temperaturas
El italiano Mauro Prosperi en 1994 perdió
todas las esperanzas de salir del desierto del Sahara e intentó suicidarse. Durante la famosa Maratón de
arena, de 250 kilómetros, Prosperi se perdió debido a una fuerte tormenta que
borró el sendero señalizado. El calor lo obligó a seguir avanzando en
busca de los demás competidores, pero terminó desviado del camino. Su drama se
agudizó aún más cuando se dio cuenta de que solo le quedaban unas gotas de agua
en su termo. No tuvo otra opción que beber su propia orina, pero al noveno día
el desespero lo llevó a cortarse las venas. El problema era que su cuerpo había
agotado todas sus reservas de líquidos y ni siquiera brotaba sangre de su
herida. Por suerte, una familia de nómadas lo encontró y lo llevó en camello a
un campamento militar donde recibió atención médica. Aunque bajó 18 kilos y por
poco pierde un riñón, Prosperi volvió a participar en la carrera los seis años siguientes.
La
estadounidense Tami Oldham enfrentó sus peores miedos después de ver morir a su
prometido en el océano Pacífico. Todo comenzó en octubre de 1983 cuando Tami y
su novio, Richard Sharp, partieron de Tahití a San Diego en un yate de lujo. Los primeros 20 días del viaje transcurrieron en relativa calma, pero
de un momento a otro el cielo azul se convirtió en un huracán de categoría
cuatro (la escala de intensidad va hasta cinco). En medio del fuerte oleaje,
Richard se cayó del barco y Tami se dio un golpe en la cabeza que la dejó
inconsciente por 27 horas. Cuando
recobró el conocimiento, la cubierta estaba destruida y el radio, completamente
inservible. Sola y con una herida en el cráneo lloró la pérdida de su enamorado
durante dos días hasta que reunió el valor para llegar a tierra firme. "Una voz interior me mantuvo
viva", asegura. Al cabo de un mes y con la ayuda de un sextante
Tami arribó a Hawái. Hoy es una capitana certificada y su historia ha inspirado
varias películas.
Para otros, en cambio, es más difícil superar
el trauma psicológico. Juliane
Koepcke, la única sobreviviente del vuelo 508 que se precipitó en la Amazonía
peruana el 24 de diciembre
de 1971, aún no se ha recuperado del todo. "Sigo teniendo
pesadillas -aseguró en una entrevista reciente-. El dolor por la muerte de mi
madre y el resto de los pasajeros va y viene. Y la pregunta de '¿por qué me salvé yo' me
perseguirá por siempre". Luego de que una tormenta eléctrica partió en dos
el avión en el que viajaba, la joven, entonces de 17 años, recorrió más de 600
kilómetros de selva virgen con la clavícula rota y un paquete de dulces como
única fuente de energía. Diez días más tarde llegó a una aldea de pescadores.
El
montañista Colby Coombs tampoco entiende qué evitó que muriera atrapado bajo la
nieve con el resto de su equipo. En 1992, durante una
expedición rutinaria en Alaska, una avalancha se le vino encima a él y a dos de
sus mejores amigos. Coombs despertó seis horas después con el cuello roto y un
tobillo fracturado, mientras que sus compañeros yacían inertes a su lado. A
pesar del choque emocional, el deportista recordó los consejos que había
aprendido en los cursos de escalada y se las arregló para regresar al campo
base: "Solo tenía que mantener los ojos abiertos e ignorar el dolor. Eliminé cualquier obstáculo que
se interpuso en mi camino".
La
lista no solo incluye aventureros experimentados, sino también aficionados sin
idea de técnicas de supervivencia, como el croata Frano Selak. El primer accidente que protagonizó ocurrió en 1962, cuando el tren en
el que viajaba se descarriló y cayó a un río helado. A pesar de la hipotermia y
de un brazo roto, pudo nadar hasta la orilla. Un año después, pagó un tiquete
de avión pensando que sería más seguro. Sin embargo, en medio del trayecto una
puerta se abrió y salió disparado. Por suerte, aterrizó sobre una paca de heno
mientras que la nave se estrelló contra una montaña y 19 de sus ocupantes
fallecieron. En 1966 volvió a burlarse de la muerte después de que el bus donde
iba perdió el control y se precipitó a un lago. Con semejante historial de accidentes, Selak decidió
comprarse un carro. Pero ni siquiera así consiguió estar a salvo: en una
ocasión el tanque de combustible estalló mientras manejaba y, en otra, un camión
lo chocó y lo empujó hacia un barranco. En ambas logró salir segundos antes de
que fuera demasiado tarde.
El único consuelo de Selak es que hace siete
años se ganó la lotería. Aunque haya sido víctima de una mala racha, hoy se
siente el hombre más afortunado del mundo. Al igual que los otros
sobrevivientes, aprovechó esa segunda oportunidad que le dio el destino, rehizo
su vida y, de paso, se volvió famoso. ¿Fortuna o destreza? De cualquier modo, la
fascinación alrededor de estos héroes de carne y hueso seguirá creciendo y por
eso no es de extrañarse que el caso de Peter Skyllberg se convierta en una
leyenda urbana.
NOTA: SI DIOS ESTA CON NOSOTROS ¿QUIÉN ESTARA CONTRA NOSOTROS?
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