Este parque es el hogar de los indígenas
pemones y el sitio más visitado por asiáticos y europeos.
El mágico Parque Nacional Canaima es una zona
de transición entre la gran sabana venezolana y la selva amazónica.
La
espesa vegetación, los morichales, los grandes ríos y las mesetas rocosas
(antiguas formaciones conocidas como tepuyes) y sus acantilados, que se
alcanzan a advertir en el
vuelo de 40 minutos en avión desde Puerto Ordaz, en el estado de
Bolívar, son apenas una pincelada de todo cuanto allí existe.
No en vano, por su tamaño es considerado el sexto parque
nacional más grande del mundo, pues se extiende a lo largo de 30.000
kilómetros cuadrados que llegan hasta la frontera con Guyana y Brasil.
En esta región está la Gran Sabana venezolana,
en donde los reyes son los tepuyes. Mesetas con paredes verticales y cimas muy
planas en las que se forman acantilados y sus caídas de agua, como el salto de
Ángel, la más elevada del mundo, con 979 metros.
En esta tierra también está la gran laguna de
Canaima, a la que caen siete enormes cascadas o saltos, que cada segundo
aportan cientos de metros cúbicos de agua y que con su fuerza forman las olas
que lavan sus playas. La caída de esas cortinas de agua, a por lo menos 45
metros de altura, retumba en el entorno y silencia la fauna que habita este
alejado lugar.
La laguna de Canaima es un pequeño mar dulce
cuyas aguas, según los nativos, son ricas en minerales que recogen desde las
montañas los ríos Carrao, Churún y Acanán.
Este lugar no solo ofrece playa y sol a
quienes lo visitan, principalmente japoneses, rusos, alemanes y británicos,
sino también contemplación de la naturaleza y aventura por los rápidos y
exigentes caminos que conducen a los saltos.
Estos son los sitios que conocen a la
perfección los diestros pemones, como se les llama a los miembros de las tres
etnias que habitan los cerca de 30.000 kilómetros cuadrados del parque.
Los saltos sorprenden a quienes viajan al
parque Canaima. El punto clave de la aventura
en el suroriente venezolano.
El Parque Nacional Canaima, en el estado
Bolívar, en Venezuela, es Patrimonio de la Humanidad, declarado por la Unesco
desde 1994.
El recorrido por esta maravilla de la
naturaleza se inicia en botes con motores fuera de borda, en las que se
transita cerca de los saltos. Uno de ellos es el imponente Hacha (los pemones lo conocen como
Waka), que tiene 45 metros
de caída y unos 200 metros de ancho. Allí, el rocío alcanza a salpicar a
quienes están a bordo.
La navegación por la laguna se suspende al
llegar a la isla Anatoly,
llamada así en homenaje a un catire (hombre rubio) de origen ruso que se
enamoró de una indígena con la que tuvo tres hijos, todos rubios.
En este sitio empieza una travesía a pie por
pequeños bosques hasta
llegar al salto de El Sapo (Sarimpa, en lengua pemón), donde termina la
contemplación del paisaje y se da inicio a la verdadera aventura.
Por un sendero tapizado de rocas desiguales y
con un acantilado a un costado, se entra a la cortina de agua. El torrente cae
sin entorpecer el andar, pero en ocasiones nubla todo y es más fácil avanzar guiado por las paredes
de la caverna o por el lazo que delimita la zona de riesgo.
Después de recorrer al menos 150 metros por el
irregular camino, se llega al frente de la cascada. Miles de metros cúbicos se
estrellan con violencia contra el piso y el agua se convierte en vapor.
"Valió
la pena", "esto es realmente maravilloso" son algunas de las
frases de los aventureros que, luego, totalmente lavados,
deben subir por un estrecho camino a la cima de la montaña, desde donde se
descuelgan las aguas y aparecen más cerca los tepuyes gemelos que se divisan
desde la laguna de Canaima.
Es
un lugar único, una especie de mirador desde el que se
aprecian el bosque y la bruma que se levanta del fondo del salto y que cubre un
trecho del río.
En este punto es inevitable sacar las cámaras
fotográficas. O, mejor,
los equipos que sobrevivieron a los torrentes y a la alta humedad del
lugar.
Cómo llegar: Copa Airlines y Avianca vuelan
entre Bogotá y Caracas. Al parque Canaima se llega en avión desde Caracas o
Puerto Ordaz, en el estado venezolano de Bolívar. La aerolínea Conviasa, la
única que realiza vuelos comerciales a esa reserva natural que es Patrimonio de
la Humanidad, tiene cuatro frecuencias a la semana, desde abril pasado. Allí
también llegan vuelos privados.
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