Las
opiniones sesgadas, además de llevar al sufrimiento individual, son la raíz del
fanatismo del cual surge inevitablemente la violencia social.
Los deseos desordenados y las aversiones son
condicionamientos mentales, registrados en nuestro cerebro sin que siquiera nos
demos cuenta, que se activan automáticamente en respuesta a ciertos estímulos;
conocidos como formaciones mentales perjudiciales en la terminología budista,
estos condicionamientos nos generan necesidades falsas o temores ficticios. Los deseos desordenados son
formaciones mentales ‘demandantes’ que nos antojan de objetos innecesarios.
Las
aversiones son formaciones mentales ‘repelentes’ que nos hacer rechazar
personas o cosas que nos rodean. Las formaciones mentales perjudiciales
son grilletes que nos encadenan al sufrimiento.
Estas formaciones, sin embargo, no son nuestros únicos
yugos. La adhesión a
opiniones sin fundamento es otra forma de amarrarnos al sufrimiento. Las
opiniones sesgadas son toda esa gama amplia de creencias y doctrinas que
adoptamos ‘porque sí’ y que carecen de apoyo racional verificable. Nuestro
apego a las opiniones infundadas las convierte en ‘nuestras’ posesiones
mentales.
A diferencia de los bienes materiales, nadie puede robarnos las opiniones;
no obstante, estamos siempre dispuestos a defenderlas cuando no a propagarlas:
mientras más ferviente la creencia, más férrea será nuestra acción.
Las
opiniones ‒religiosas, políticas, raciales, deportivas o sectarias de cualquier
índole‒ obnubilan la razón, confunden el lenguaje y alteran el comportamiento.
Los
apetitos básicos (de comida, agua o sexo) provienen de necesidades biológicas;
los temores razonables a peligros reales (pistolas, depredadores o calamidades)
son los mecanismos neuronales autocodificados que protegen nuestra
supervivencia. Las
opiniones, en cambio, no satisfacen ningún requerimiento vital; no existen
opiniones ‘naturales’ desarrolladas por el código genético o adquiridas como
protección biológica.
Cuando un sesgo se posesiona de nosotros, sin embargo,
consideramos interesante cualquier planteamiento que concuerde con nuestros
prejuicios y experimentamos aversión contra cualquier opinión que contradiga la
nuestra. En el primer caso, buscamos la compañía de quienes comparten nuestra
‘sabiduría’. En el segundo, el poseedor de opiniones enfrentadas es nuestro
potencial enemigo.
Las personas prejuiciadas son incapaces de reconocer sus
contradicciones o falacias, pues su estructura mental les ofusca su visión.
Ellas piensan que el color de su cristal es el único existente. No es posible explicar ‘verde’ a
alguien que solo ve ‘amarillo’, y su reacción siempre será: "No entiendo
cómo usted no ve la ‘amarillez’ en mi punto de vista”.
Las
opiniones sesgadas son también formaciones mentales perjudiciales con un
impacto negativo en nuestros razonamientos. En cualquier análisis, las
opiniones sesgadas son más destructivas que unos datos deficientes o una
capacidad analítica limitada. Dice el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (los
paréntesis son agregados): "Las
opiniones preconcebidas bloquean el hallazgo de la verdad con mayor efectividad
que las falsas apariencias promotoras del error (información dudosa) o que los
recursos débiles de razonamiento (falta de sentido común)".
Cuando buscamos exactitud y confiabilidad, la influencia
dañina de datos inciertos o lógica deficiente se desvanece en comparación con
las distorsiones creadas por los puntos de vista sesgados. Una revisión
cuidadosa de los procedimientos seguidos en una evaluación, sea por terceros o
por la misma persona que efectuó el análisis, permite siempre detectar las
anomalías en datos o en lógica. No es así cuando llegamos a conclusiones a
través de opiniones sesgadas, pues nos volvemos incapaces de reconocer nuestros
propios errores o de aceptar el asesoramiento correctivo que nos puedan brindar
terceros. Solamente consideraremos ‘correctas’ aquellas opiniones que coincidan
con la nuestra.
La
gente rara vez cambia de opinión; mientras más sesgado el prejuicio, más
difícil su modificación. Esta resistencia es particularmente evidente en
el campo de las creencias religiosas y las doctrinas políticas. No sucede así
en las ciencias naturales. A medida que avanza el conocimiento, los puntos de
vista científicos evolucionan y reemplazan los modelos obsoletos.
Las
personas con opiniones opuestas siempre tendrán imágenes diferentes de una
misma realidad; ellas ven el mundo exclusivamente a través de los ojos mentales
de sus propias opiniones. Sin lugar a dudas, los puntos de vista
sesgados son el peor obstáculo para la verdad en cualquier territorio. Y ese no
es el peor problema. Lo
realmente grave es que las opiniones sesgadas, además de llevar al sufrimiento
individual, son la raíz del fanatismo del cual surge inevitablemente la
violencia social.
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