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DEBE ACEPTAR PERO SIN RESIGNARSE


La resignación deja en tu mente una frustración constante y en el alma un vacío desolador.

Es el refugio de la inconsciencia en la que la mente se cansa de luchar inútilmente para acomodar la vida a sus deseos. Cuando dejas de quejarte y de forcejear, puedes serenarte y recuperar tu energía vital.

La sabiduría es comprender esta gran verdad: tener paz interior es más importante que luchar. Llega la luz, cuando te das cuenta que el camino para liberarte del sufrimiento no está afuera de ti. No sigas en batallas estériles en la pretensión de cambiar la realidad, más bien elige cambiar tu reacción y tu modo de ver la vida.

Entonces trasciendes la limitación de la resignación y puedes entrar en el camino de la comprensión y de la aceptación. La aceptación es la ciencia que libera del sufrimiento y regala a la mente la paz y la redención total; te da esa felicidad que parece esquiva.

Inconsciencia es pretender que la realidad se adapte a tus deseos egocéntricos, conciencia es practicar la aceptación amorosa.

Para lograrlo, trabaja sobre tu mente y sé plenamente consciente de ti mismo en el aquí y ahora.

Elige vivir en PAZ Y ARMONÍA con los demás tal como son y con los hechos, por más detestables que te parezcan.

Recuerda que no hay personas buenas ni malas, sólo espíritus conscientes o inconscientes. Ámalos y alcanza una paz perfecta. Tu felicidad depende de no seguir el ego, comprender las leyes que rigen la existencia y asumir calmado lo que no depende de ti.

Acepta sin renegar a los otros y la realidad externa, y cambia con amor lo que puedas. Lo que te cuesta es lo que viniste a aprender, no te duermas y no evadas los aprendizajes. Lo que no aceptas te hace sufrir, porque te empecinas en acomodar la realidad a los deseos casi siempre individualistas del ego.

Decide cambiar la interpretación de los acontecimientos y cuando sufras pregúntate: ¿qué es lo que no estoy aceptando? Repite muchas veces esta afirmación: me acepto como soy, me quiero y valoro mis dones sin caer en la trampa de la soberbia.

Acepto los hechos y a las personas, pongo mis pies en la tierra y creo que el mundo marcha como debe ser; así no me estrello contra el muro de las ensoñaciones.

Sigo el camino de Jesús o de Buda exento de juicios, discriminación o exclusión.

Me apoyo en lo mejor de mi mismo para avanzar paso a paso con una fe sólida y una esperanza infatigable. Perdono y me perdono, porque soy consciente del daño que me causan los odios atorados en el alma. Confío en Dios, porque sé que Él sana mis desgarramientos y es mi fortaleza en los tiempos aciagos.

Avanzo con decisión y sin premura, porque todo llega en su momento justo, ni antes ni después. La aceptación amorosa es alegre, dinámica y positiva, no me cruza de brazos y me impulsa a mejorar lo que puedo.

Tomado de un artículo de Gonzalo Gallo González

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