Se cuenta que un muchacho, encandilado
por el dinero, decidió un día robar por primera vez en un viejo monasterio.
Entró
de noche y se dirigió al lugar donde había visto que guardaban las limosnas del
día.
Con sigilo separó el dinero y no se percató de la presencia
del hermano portero que meditaba en un cuarto al lado.
Este era un santo hombre admirado por
las personas de la comarca por su gran sabiduría y su bondad.
Observó
con atención al joven y vio que una y otra vez miraba hacia los lados presa del
nerviosismo.
Cuando iba a partir se acercó y le dijo
lleno de paz: “te falta mirar en otra dirección” ¿Hacia dónde dijo el joven
asustado?
Hacia
arriba, dijo el santo portero. Y agregó: Dios te ve y te ama. El joven lloró y el buen hombre lo
calmó.
Con el tiempo cambió su rumbo y,
mirando hacia arriba, llegó a ser un médico amoroso y servicial.
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