Después de la trágica erupción del volcán Nevado de el Ruiz, el 13 de Noviembre de 1.985, es bueno revisar un poco los momentos que antecedieron a aquella noche en que las nieves que se creían eternas, se tornaron en flujos de lodo y escombros que acabaron con la vida de más de 30.000 colombianos.
Cuando en la mañana del 14 de noviembre de 1.985 un piloto de una pequeña avioneta le contó, por primera vez a todo el país, a través de la radio, que la ciudad de Armero ya no existía, muchas fueron las versiones que se tejieron y los juicios de responsabilidades que se comenzaron a tornar casi en patíbulos, por los cuales pasaron uno a uno, todos los representantes del gobierno en las esferas locales, departamentales y nacionales.
El instituto de minas Ingeominas y sus expertos; la fuerza pública y los grupos de socorro; la iglesia y los periodistas; los armeritas y los colombianos en general. Y es que casi todos llegaron a la conclusión que era una tragedia anunciada. El problema es que muy pocos creyeron que lo que sobre el papel podría llegar a pasar, realmente ocurriera dejando tras de sí una estela de muerte y destrucción que ni estos últimos 21 años de historia convulsionada en un país que se puede quejar de todo, menos de no tener cosas de qué hablar, han logrado borrar de la memoria colectiva.
ANTECEDENTES CONVERTIDOS EN LEYENDA
Imposibilitados como estamos los colombianos de saber qué pasó exactamente sobre el territorio que hoy habitamos, antes del arribo de los españoles y sus cronistas, la primera mención en épocas históricas de una erupción del Volcán Nevado del Ruiz, fue escrita por Fray Pedro Simón en sus Noticias Historiales de las Conquistas de la Tierra Firme en las Indias Occidentales. Texto en el cual hace referencia a una erupción acaecida el 12 de marzo de 1595, la cual fue escuchada a decenas de kilómetros de distancia y envió gruesas capas de ceniza a poblaciones relativamente lejanas como Toro y Cartago, en el hoy departamento del Valle del Cauca.
Sin embargo, lo más interesante de su relato, es la descripción de los flujos de lodo que bajaron del volcán por los ríos Gualí y Lagunilla como consecuencia de la erupción, los cuales detalla de la siguiente manera: "Éstos - los ríos- debieron atajarse con la tierra que arrojó la reventazón y rebalsando algún tiempo sus corrientes, salieron después con tanto ímpetu (...), que fue cosa de asombro sus crecientes. (...) Fue más notable esta creciente que en el río Gualí, en el Lagunilla, cuya furia fue tal que desde donde desemboca por entre dos sierras para salir al llano, arrojó por media legua muchos bloques cuadrados (...).
Ensanchose por la sabana más de media legua de distancia por una parte y otra, mudando por la una de nuevo la madre, y anegando la inundación todo el ganado vacuno que pudo antecoger en cuatro o cinco leguas, que fue así extendido hasta entrar en el de la Magdalena, abrazando de tal manera las tierras por donde iba pasando, que hasta hoy (1626) no ha vuelto a rebrotar sino cual y cual espartillo".
LAS PRIMERAS MUERTES
La siguiente noticia relacionada con el Ruiz, fue recopilada de manera muy detallada por el Coronel Joaquín Acosta, militar y científico, quien escribió sobre la catástrofe ocurrida el 19 de febrero de 1845, cuando tras escucharse un fuerte ruido sucedido por un sismo de regulares proporciones, cuenta que: "bajó del Nevado del Ruiz por el río Lagunilla, un inmenso flujo de lodo espeso, el cual, llenando rápidamente el lecho de este río, cubrió o arrastró los árboles y las casas, sepultando hombres y animales. Pereció toda la población de la parte superior y más estrecha del Lagunilla. (...) Llegando a la llanura con ímpetu, la corriente de lodo se dividió en dos brazos: el más importante siguió el curso del Lagunilla, dirigiéndose al Magdalena; el otro, después de haber franqueado una divisoria bastante alta, (...) recorrió el valle de Santo Domingo, trastornando y arrastrando selvas enteras que fueron a precipitarse al río Sabandija. (...) Se evalúa en 1.000 el número de víctimas; la mayoría agricultores dedicados al gran cultivo del tabaco".
Si bien los textos anteriormente mencionados entregan información suficiente para que geólogos de la Universidad Nacional hayan visto en ellos deshielos muchísimo mayores al ocurrido la noche del 13 de noviembre de 1985, pronto la aparente calma del volcán y la apatía histórica, convirtieron estas narraciones de muerte y destrucción, en leyendas. El volcán era visto en Armero como algo frío y lejano. Un león que comenzó a ser tomado por inofensivo gatico, el cual dormiría 140 años antes de volver a reclamar, las tierras que siempre habían sido suyas.
SE DESPIERTA EL ‘LEÓN DORMIDO'
Una explosión que fue escuchada a varios kilómetros de distancia, anunció el 22 de diciembre de 1984, el inicio de una nueva fase eruptiva del turístico Nevado del Ruiz, del que algunos ya habían olvidado su calidad de volcán. Era la primera vez en las últimas décadas que un volcán colombiano daba señales de actividad creciente y el pánico y la especulación comenzaron a cundir. Manizales focalizaba la atención. Ubicada tan solo a 28 kilómetros del volcán, la capital caldense fue vista en primera instancia, como la población en más alto peligro, ante una eventual erupción.
Distante estaba Colombia de poder iniciar una vigilancia efectiva ante un riesgo de las proporciones de un volcán. A Ingeominas le fue encargada de emergencia esa tarea y fue con equipos prestados y de complejo manejo para personas que no estaban habituadas aún a esa labor, como se dio inicio a la misma. Mientras tanto, el país y sus gobernantes volvían a concentrarse en sus asuntos cotidianos, dándole la espalda a un problema que aumentaba cada día de temperatura.
UNA TRAGEDIA ANUNCIADA
El 11 de septiembre de 1985 tras otra violenta explosión, Manizales se vio cubierta de ceniza y un primer flujo de lodo descendió por los ríos Azufrado y Gualí, cortando la carretera que comunica a la capital caldense con el Municipio Tolimense de Murillo. Las alarmas volvieron a encenderse entre los habitantes de las zonas aledañas al volcán e Ingeominas avanzó a pasos agigantados en la construcción del mapa de riesgos, el mismo que presentaría el 7 de octubre ante la opinión pública y los medios de comunicación.
Armero estaba ahora en la zona de altísimo riesgo, al explicarse que ante una erupción de medianas o grandes proporciones, la inminencia de un deshielo que se tradujera en grandes torrentes de lodo que afectaran a Chinchiná, Mariquita, Honda y Armero, era casi del 100%. Sin embargo, como confesara el periodista y escritor Javier Darío Restrepo en el último Congreso Nacional de Geología, pocos entendieron las proporciones que podría llegar a tener la tragedia. Y es que, como sentenció: "no sólo se necesita que el mensaje llegue, sino que se busca es que genere acciones". En este caso, las acciones se iniciaron demasiado tarde.
UN TRISTE FINAL
Las labores que el Alcalde de Armero, Mario Rodríguez, desde hacía varios meses llevaba a cabo para que fuera removida la presa natural del Cirpe, fruto del deslizamiento de gigantescas rocas sobre la cuenca del Lagunilla, habían terminado por alarmar a la población más que la posible erupción del Nevado, al cual continuaban viendo como un riesgo muy lejano. Sin embargo, este remedo de conciencia del peligro que los asechaba, tan sólo los llevaba a imaginarse una creciente importante del río, la cual podría afectar las endebles casas ubicadas a sus orillas y tal vez inundar algunos sectores de la ciudad, pero que lejos estaba de alcanzar las dimensiones de lo que la naturaleza se encargaría de demostrarles con el paso del tiempo. Una evacuación voluntaria o el desalojo obligatorio de Armero y las demás poblaciones en situación de riesgo, era una decisión política difícil que el ejecutivo no se sintió en capacidad de dar. Todo estaba listo para la tragedia, pero el contexto terminaría por ser más caótico.
El fuego y las cenizas que durante dos días salieron del Palacio de Justicia y la tormenta política que este hecho desató, terminaron por desviar la atención de la opinión pública que encontró en los seres humanos, un riesgo mayor al que podría estarse gestando en un volcán que parecía haberse silenciado. Sin embargo, este mutismo fue roto a las 3:10 de la tarde del 13 de noviembre, cuando una fuerte explosión dio inicio a la anunciada erupción. El cielo comenzó a oscurecerse y por primera y última vez, las calles de la calurosa Armero se vieron invadidas por la ceniza. Realmente el volcán estaba más cerca de lo que pensaban.
Desafortunadamente, no tendrían otro día para pensar seriamente en los beneficios de una evacuación.
SÓLO RECUERDOS
La erupción creció cada minuto en intensidad, hasta alcanzar su clímax después de las 9 de la noche. Decenas de toneladas de material incandescente se depositaron sobre la cobertura glacial del nevado y dos pequeñas nubes ardientes descendieron por sus flancos consumiendo el tradicional refugio de montaña ubicado en sus faldas y la escasa vegetación circundante. La situación era insostenible y una importante porción de glacial cedió. Es así como poco antes de las 10:00 de la noche, comenzaron los anunciados y mortíferos flujos de lodo. El primero en arribar es el que transportó el río Molinos por el flanco occidental del volcán y que pasó justo por un costado de Chinchiná, llevándose camino al río Cauca a más de mil de sus pobladores e incomunicándola con Manizales, tras la destrucción de los puentes.
Mientras tanto, por el flanco oriental del volcán el flujo de lodo que bajaba por el río Lagunilla, se unió con el casi seis veces superior que bajaba por el río Azufrado, convirtiendo al primero, en una gigantesca colada con una altura aproximada de 40 metros -comparable a la altura de un edificio de 18 pisos-, la cual marchó a una velocidad promedio de 40 kilómetros por hora, hasta llegar poco después de las 11:10 de la noche y tumbarse con toda su fuerza mortífera sobre la aterrada población que sólo minutos antes había entendido por fin, la inminencia del peligro.
La historia terminaría por darle la razón a los expertos de Ingeominas, que con su mapa, lograron prever de manera exacta el comportamiento de los flujos de lodo, toda vez que la erupción alcanzó niveles incluso mucho inferiores a los previstos por ellos. El río Recio no presentó variaciones importantes, el Gualí sembró también de destrucción su zona de influencia, pero sin llegar a los límites de sus oponentes y el Lagunilla, cargando con las aguas del Azufrado, no logró a llegar como lo había hecho antes, hasta el río Magdalena.
Sin embargo, los tres brazos de muerte que siguieron los flujos de lodo, le cortaron la salida a centenares de armeritas que se vieron rodeados y barridos en unión de sus carros, casas, su iglesia y sus árboles. Sólo la bóveda del Banco de Colombia sobrevive hoy de lo que alguna vez fue el centro de Armero, mientras unas ruinas devoradas paulatinamente por la vegetación, hablan de la pequeña porción de la otrora próspera ciudad que logró sobrevivir a la destrucción. Ruinas que hoy son preservadas y protegidas como un triste recordatorio de la fuerza de aquel lejano león, al que le gusta dormir con los ojos entreabiertos.
o león, al que le gusta dormir con los ojos entreabiertos.
Artículo Tomado del portal colombiano “El Grifo”.
NOTA: El Volcán NEVADO DE EL RUIZ continúa activo y sus registros sismográficos que se actualizan cada 15 segundos y su actividad sísmica pueden ser consultados en la página de ingeominas: