El agua
del deshielo del río del Nevado de Toluca estaba helada, como era de suponerse.
Un grupo de amigos y niños llegábamos después de hacer un recorrido de dos
horas en bicicleta.
"¿Nos echamos al lago?", gritó Diego, de 13 años,
con cara de travesura. "¡Órale, va!", contestó Toño. Ambos se quitaron las camisas,
contaron hasta tres y se lanzaron. Sus aspavientos desanimaban a
cualquiera a seguirlos. Pero con la presión de no quedarse atrás, los otros
niños y adolescentes se aventaron. El alboroto y la presión se multiplicaron.
Uno a uno los adultos -los señores primero- fueron "animándose". Noté
que la situación emulaba el proceso de selección natural de Darwin. Entre más joven, más abierto a
las nuevas experiencias. Las mujeres, por lo general más friolentas y menos susceptibles
a la intimidación de este tipo, permanecimos de brazos cruzados y sosteniendo un "no"
rotundo.
De pronto, como rayo, me vino a la mente una frase que leí
en algún lado: "Cada
vez que le dices 'no' a la vida, envejeces". Esta frase quizá a un
joven no le diga nada, mas en la vida adulta, cala. Y cala porque dentro de
nosotros hay una especie de imán que nos atrae constantemente hacia el
"no", hacia la vida cómoda, sedentaria y hedónica. Este magnetismo se
vale de infinidad de justificaciones que se metabolizan en nuestra mente: "para qué te
arriesgas", "olvídalo", "eso ya no es para mí",
"ya para qué" y demás.
Así que en contra de lo que el cuerpo y la mente me
gritaban, la frase me
lanzó de clavado al lago de hielo, con todo y ropa de ciclista. Me quedé
sin respirar en lo que mi cerebro se ajustaba al shock; mas el gozo fue tal,
que en minutos el cuerpo
se adaptó. ¡Qué
delicia! No sabía si la sensación venía del agua o de la satisfacción de
haber rebelado la mente y el cuerpo al grito del "no".
Todos
lo hemos sentido. El imán del "no" es muy fuerte, es adictivo, es
seductor y muy convincente: "no te inscribas", "no hagas
ejercicio", "no vayas", "no te involucres", "no
te arriesgues", "no te comprometas", "no insistas",
"no te compliques la vida", en fin, "no, no, no". De
hacerle siempre caso a esta fuerza poderosa y soltar la toalla, nos succionaría
a sus dominios: la tierra del deterioro. Y el deterioro no sólo es en los
huesos, en los músculos y los tendones. También se deterioran los componentes de la mente, de la
actitud y del espíritu, los cuales nos dan agilidad, flexibilidad y capacidad
de gozo.
En la tierra del deterioro nos enfrentaríamos con una serie de monstruos
"come-salud" y "come-actitud" que esperan con hambre
alimentarse de nosotros. Y, una vez que pasas la barrera de los 40 años, esa fuerza de
atracción se duplica.
Para vencer la atracción negativa y que el imán no te
succione, lo único que requieres
es cambiar el "no" por el "sí". Darle un sí a la vida.
No tomarnos tan en serio y permitir que la fuerza de la vida aflore: "sí, claro que me festejo
en mi cumpleaños", "sí, claro que voy", "sí, claro que me
inscribo a la clase", "sí, claro que me aviento del paracaídas",
"sí, claro que voy al gimnasio", "sí, claro que lanzo mi
proyecto".
Decía mi querido amigo y maestro Germán Dehesa -a quien
tanto extraño- que "cuando
estás enamorado de la vida, difícilmente te puedes defender del amor".
Y que el amor es como un abismo con sentido; el amor es dominar la actitud y el imán que nos seduce
hacia la tierra del deterioro. También decía que con la fuerza de
voluntad podemos convertir la vida en un deleite.
En fin,
decir sí es amar, amarte y amar la vida. Como diría Octavio Paz: "Amar es
aceptar un vértigo". Siempre lo es...
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