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LA BELLEZA DE LO SIMPLE



Apuramos los ciclos.
Demoramos lo urgente.
Complicamos lo sencillo.
Entorpecemos lo fácil.
Y olvidamos valores para vivir con sustitutos.

¿Por qué?

Tal vez, porque desatendimos la belleza de lo simple. La naturaleza nos lo muestra a diario. Una nube, un río, una flor… no necesitan sofisticaciones. Están completos y perfectos. Somos nosotros los que le agregamos voladitos, puntillas y lentejuelas brillantes al ropaje de la vida.

Algo no resuelto en nuestra autoestima, nos hace pensar que sin esos “detalles” no nos ven. Y tal vez, sea cierto. Caemos en la masa de los confundidos. Y despertaremos poco interés en quien nos observa si quedamos ocultos tras un falso vestuario y en el descuido de no embellecer nuestro ser interior.

Es esa la magia del encanto personal. Lo más gratificante para compartir asoma en la simpleza de una mirada, una sonrisa, un palabra grata. Ahí está el secreto de la atracción, del magnetismo, no en los oropeles de la falsa vestidura ni en la música estrepitosa con que envolvemos nuestros discursos sin contenido.

Ser auténtico es ser simple. Y ser simple es ser bello. Sin retorcidos recursos queriendo demostrar lo que no somos. La palabra justa y a tiempo. Y el silencio respetuoso, cuando no hay nada que decir, siempre estará mejor compuesto -como partitura para el alma- que cien pretenciosas melodías hechas por el interés material del hombre.

Miremos la vida con más inteligencia y generosidad. Todo es más sencillo.

Encontraremos lo que no vemos. Y entonces, despojados de todo artificio, quedaremos mejor posicionados en el concierto de la Creación. El aroma de la verdad emanará de nuestro corazón floreciente. Y así volveremos a recuperar la belleza de lo simple.

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