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EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD

determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, ya que todos somos verdaderamente responsables de todos.

Sin los siguientes cinco principios, la sociedad no funciona bien ni se encamina hacia su verdadero fin:
la solidaridad,
la autoridad,
la personalidad,
la subsidiaridad
y el bien común,

La palabra solidaridad proviene del sustantivo latín soliditas, que expresa la realidad homogénea de algo físicamente entero, unido, compacto, cuyas partes integrantes son de igual naturaleza.
Busca el bien de todas las personas, por el hecho mismo de que todos somos iguales en dignidad.
Los individuos son solidarios cuando todos son individualmente responsables por la totalidad de las obligaciones. La solidaridad implica una relación de responsabilidad compartida, de obligación conjunta.

Podemos entender a la solidaridad como sinónimo de igualdad, fraternidad, ayuda mutua; y tenerla por muy cercana a los conceptos de «responsabilidad, generosidad, desprendimiento, cooperación, participación».

Es una palabra indudablemente positiva, que revela un interés casi universal por el bien del prójimo.

La globalización trae el sentir solidario, y una conciencia cada vez más generalizada de una realidad internacional conjunta, de un destino universal, de una unión más cercana entre todas las personas y todos los países. Buena o mala, la globalización es una realidad actual, verdadera y tangible: Los niños en Ruanda no se sienten tan lejanos; los cañones de guerra en el Medio Oriente aturden nuestros oídos y un terremoto en Japón sacude nuestra respiración.
La solidaridad debe ser desarrollada y promovida en todos sus ámbitos y en cada una de sus escalas. La solidaridad debe mirar tanto por el prójimo más cercano como por el hermano más distante, puesto que todos formamos parte de la misma realidad de la naturaleza humana en la tierra.

La solidaridad es una palabra de unión. Es la señal inequívoca de que todos los hombres, de cualquier condición, se dan cuenta de que no están solos, y de que no pueden vivir solos, porque el hombre, como es, social por naturaleza, no puede prescindir de sus iguales; no puede alejarse de las personas e intentar desarrollar sus capacidades de manera independiente.
La solidaridad es algo justo y natural; no es tarea de santos, de virtuosos, de políticos; es tarea de hombres.

La solidaridad, es una necesidad universal, connatural a todos los hombres. Sin distingos de nacionalidad, raza, creo o clase social.

Cuando nace la solidaridad se despierta la conciencia, y aparecen entonces el lenguaje y la palabra. En ese instante sale a la luz todo lo que antes estaba escondido. Lo que nos une se hace visible para todos. La solidaridad habla, llama, grita, afronta el sacrificio. Entonces la carga del prójimo se hace a menudo más grande que la nuestra.

La verdadera solidaridad, aquella que está llamada a impulsar los verdaderos vientos de cambio que favorezcan el desarrollo de los individuos y las naciones.

La solidaridad nace del ser humano y se dirige hacia el ser humano. Siempre ha sido una exigencia de convivencia entre los hombres.

La solidaridad es justa porque los bienes de la tierra están destinados al bien común, al bien de todos y cada uno de los hombres, y los que, dada su buena fortuna, tienen más, están obligados a aportar más en favor de otras persona y de la sociedad en general.

La solidaridad, pues, es justa y, por lo tanto, moralmente obligatoria en todos los casos, aparte de aquellos en que la ley la contempla y la hace jurídicamente obligatoria.

En principio, la solidaridad es una relación entre seres humanos, derivada de la justicia, fundamentada en la igualdad, en la cual uno de ellos toma por propias las cargas de el otro y se responsabiliza junto con éste de dichas cargas.

Para buscar una solidaridad con alcance social, que tenga repercusión tangible en la comunidad, no podemos dejar de lado la solidaridad personal entre individuos que se saben iguales.

La solidaridad, se enriquece y alcanza su plenitud cuando se le adhiere la virtud de la caridad, cuando se realiza por amor, cuando se convierte en entrega.

La finalidad sólo puede ser el ser humano necesitado. Comprendemos que para que haya solidaridad se requieren dos personas: una necesitada y otra solidaria.

Pero el solo dar, o ayudar, no es lo más difícil. La parte difícil comienza cuando se nos presenta el dilema de ayudar sin recibir nada a cambio; de ayudar aunque nadie se entere, ni aún la persona a la que ayudamos. 

Esto es: ser solidarios por una verdadera convicción de igualdad y de justicia. Es difícil ser caritativos, solidarios, entregados, y ser, al mismo tiempo, totalmente desinteresados.

Lo que debe empujar a un hombre a ser verdaderamente solidario no es, en ningún momento, el hecho de que con eso se vaya a conseguir algún beneficio personal, sino la verdad de que esa otra persona es precisamente eso: persona.

Para que un acto pueda ser considerado verdaderamente solidario, necesita de estos elementos:
1) Que sea materialmente solidario.
2) Que se funde en la convicción de igualdad.
3) Que sea hecho por caridad, por amor al prójimo.
4) Que sea realizado con rectitud de conciencia.


La solidaridad debe ser una realidad diaria. Debe convertirse en hábito, en virtud, en modus vivendi. La solidaridad es una actitud personal, una disposición constante y perpetua de tomar responsabilidad por las necesidades ajenas.

La justicia algunas personas, la entienden solo en sentido negativo: Como la exigencia de no hacer mal a los demás, no robar, no matar, no explotar, etc. Pero están equivocados, la justicia se debe entender como hacer algo positivo: dar algo a alguien, ayudar, colaborar, trabajar para los demás.
La justicia exige a todos los hombres el dar a cada quien lo que por derecho le corresponde.
«La culpa de las estrecheces actuales... deriva de la falta de solidaridad de los hombres y de los pueblos entre sí».

El desarrollo momentáneo que consiguen los países cuando explotan a otros, o dejan de ayudarles, o propician su subdesarrollo, o se enfrentan en guerra y vencen, es sólo un espejismo efímero de bienestar material, pervertido de egoísmo y deshumanización.

La falta de solidaridad no sólo afecta a los necesitados, o a los países en desarrollo, o a los ignorantes. La falta de solidaridad se revierte en contra nuestra, y nos afecta tan directamente como a los más necesitados.

Ser solidarios con los demás, podemos decir, es ser solidarios con nosotros mismos, pero de una manera genuina, legítima. Preocuparnos por nosotros y por los nuestros es lícito, pero no a costa de los demás, sino de la mano de los demás, colaborando con el desarrollo de todos.

Primero en la familia, luego en la comunidad; más tarde en la sociedad o más allá de nuestras fronteras. El desarrollo de todos es también mi desarrollo; el bien de todos es también mío.
La solidaridad debe ser verdadera, tangible, cierta. Debe ser activa, perseverante, constante. La solidaridad es entrega y, por tanto, diametralmente opuesta al deseo egoísta, que impide el verdadero desarrollo.
- La solidaridad es unión, mientras que el egoísmo es aislamiento.
- La solidaridad favorece el desarrollo; el egoísmo, la pobreza.
- La solidaridad aprovecha los bienes, los distribuye, los comparte, los multiplica; el egoísmo, los corrompe, los hace estériles, los pervierte para hacer de los bienes riquezas desbordantes de inutilidad y vergüenza.

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