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NO CAMBIO UNA DE 50 POR DOS DE 25

Un viejo mito se ha roto en los últimos años: el de la eterna juventud. Siempre, desde la antigua Grecia, la juventud era no sólo la edad dorada, sino que en ella el ser humano alcanzaba la plenitud, especialmente por su belleza.

Por muchas generaciones los seres humanos, hombres y mujeres, quisieron permanecer jóvenes, sobre todo para conservar aquel tesoro.

Óscar Wilde (1854-1900), el genial irlandés, con su, esa sí, inmortal obra, “El retrato de Dorian Gray”, sintetizó, de manera extraordinaria, aquel ideal.

Y versiones históricas afirman que el conquistador español Enrique Ponce de León descubrió “La Florida” buscando unas aguas que eran fuente de la eterna juventud.

Hace poco, dos científicos de la Universidad de Texas, Woodring Wrigh y Jerry Shay, lograron la mutación de unas células humanas consiguiendo prolongar, de manera indefinida y artificial, estas células gracias a una enzima llamada telomerasa. 

Este preámbulo para referirnos, de manera especial, a la belleza femenina en la tercera edad, tema que, en Colombia, ha puesto de moda la manizaleña Amparo Grisales con su destape total en un número reciente de la Revista Soho que causó gran revuelo y, según se ha dicho, ha sido el ejemplar de esta publicación más vendido, desde su fundación.

Allí la diva aparece como Eva, la mujer bíblica, cuando todavía no había consumido el fruto prohibido, es decir mostrando todos sus bellos atributos físicos.

Y de verdad que nosotros, los machos colombianos, obviamente a escondidas de nuestras esposas, nos deleitamos con esas preciosas, artísticas y espectaculares fotos. ¡Uf!
Hace unos años salió un libro que, si mal no recuerdo, llevaba por título “Cambio esposa de 40 por dos de 20”, que fue, por poco tiempo, un éxito internacional.

Muchos de quienes hicieron la permuta a los pocos días quisieron, al sentirse desilusionados, deshacerla. Ello demuestra la fragilidad del planteamiento. Hay un bello cuento del escritor mexicano Juan José Arreola, Premio Rulfo 1992, titulado: “Parábola del trueque”, que precisamente comienza: “Al grito de ‘¡Cambio esposas viejas por nuevas!´…”, un mercader llegó a un pueblo haciendo este tipo de transacciones. Sus mujeres, según el comerciante, eran de 24 quilates y, además, rubias. 

Los hombres corrieron detrás del traficante para hacer, rápidamente, el cambio. Algunos quedaron arruinados pues tuvieron que encimar mucho dinero. Sólo un hombre se negó, por miedo, no por amor, a cambiar a su esposa. Todos se burlaron de él, por lo “absurdo de su fidelidad”, gesto que no le agradeció su esposa, a la que también ridiculizaban las recién llegadas, razón por la cual no quiso volver a salir a la calle para evitar “los contrastes y las comparaciones”. Tanto que ella, en un momento de rabia, le dijo: “¡Nunca te perdonaré que no me hayas cambiado!”.

Pero resulta que un buen día las rubias comenzaron a oxidarse y a soltar un olor a sulfato de cobre. Los maridos se dieron cuenta que habían recibido “una mujer falsificada” y tuvieron que salir del pueblo en busca del mercader que los había estafado. Esta es una buena metáfora en donde se demuestra que no siempre las mujeres jóvenes son mejores que las adultas y que la juventud es un espejismo. 

La mujer con los años no sólo gana serenidad y experiencia, sino que pierde la intensidad y los bríos de la juventud. ¡Claro que lo mismo ocurre con el hombre! La mujer adulta es más serena, más reposada, menos romántica, más realista, maneja otros valores, es más espiritual, madura y tolerante. Tiene más recorrido y cancha. Muchas han alcanzado el éxito profesional.

Conocen más mundo y son mejores conversadoras. Estoy seguro que los colombianos, por lo menos los de mi edad, cincuentones, si se nos apareciera un genio en una lámpara y tuviésemos la oportunidad de solicitar un deseo de tipo sexual, pediríamos una noche de placer con Amparo Grisales en vez de cualquiera de las top model o presentadoras de televisión. ¿O qué tiene que envidiarle, por ejemplo, Amparo Grisales a Laura Acuña? ¿Cuál es más deseada? 

Definitivamente, me quedo con mi mujer, Heliana, mayor de 50 años, porque, además, coincido plenamente con Juan Lozano y Lozano cuando afirmó, en una de sus famosas columnas de “El Jardín de Cándido”: “Nunca vi mujer verdaderamente bella que fuese menor de 40 años”. Con la aclaración necesaria que cuando Juan Lozano escribió ese artículo la edad promedio de la mujer colombiana era de 60 años. 

Ante una pregunta reciente de “El Tiempo”, realizada en el mes de abril del año en curso, el 93,9% de los colombianos respondió que no creía que una mujer de 50 años debería ser considerada vieja. Reivindiquemos, entonces, a las mujeres mayores de 50 años. ¡Y hasta las de 60!

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