Hasta
ahora lo decían los iluminados, los meditadores y los sabios; ahora también lo
dice la ciencia: son nuestros pensamientos los que en gran medida han creado y
crean continuamente nuestro mundo. Hoy sabemos que la confianza en uno mismo, el entusiasmo
y la ilusión tienen la capacidad de favorecer las funciones superiores del
cerebro. La zona
prefrontal del cerebro, el lugar donde tiene lugar el pensamiento más avanzado,
donde se inventa nuestro futuro, donde valoramos alternativas y estrategias
para solucionar los problemas y tomar decisiones, está tremendamente influida
por el sistema límbico, que es nuestro cerebro emocional.
Hay que ejercitar y desarrollar la flexibilidad y la
tolerancia. Se puede ser muy firme con las conductas y amable con las personas.
Puedo
atestiguar que una persona ilusionada, comprometida y que confía en sí misma
puede ir mucho más allá de lo que cabría esperar por su trayectoria.
¿Psiconeuroinmunología?
Sí,
es la ciencia que estudia la conexión que existe entre el pensamiento, la
palabra, la mente y la fisiología del ser humano. Una conexión que
desafía el paradigma tradicional. El pensamiento y la palabra son una forma de energía vital que tiene la
capacidad (y ha sido demostrado de forma sostenible) de interactuar con el organismo
y producir cambios físicos muy profundos.
¿De qué se trata?
Se
ha demostrado en diversos estudios que un minuto “entreteniendo” un pensamiento
negativo deja el sistema inmunitario en una situación delicada durante seis
horas. El distrés, esa sensación de agobio permanente, produce cambios
muy sorprendentes en el funcionamiento del cerebro y en la constelación
hormonal.
¿Qué
tipo de cambios?
Tiene
la capacidad de lesionar neuronas de la memoria y del aprendizaje localizadas
en el hipocampo. Y afecta a nuestra capacidad intelectual porque deja
sin riego sanguíneo aquellas zonas del cerebro más necesarias para tomar
decisiones adecuadas.
¿Tenemos recursos para combatir al enemigo interior, o
eso es cosa de sabios?
Un
valioso recurso contra la preocupación es llevar la atención a la respiración
abdominal, que tiene por sí sola la capacidad de producir cambios en el cerebro.
Favorece la secreción de hormonas como la serotonina y la endorfina y mejora la
sintonía de ritmos cerebrales entre los dos hemisferios.
¿Cambiar la mente a través del cuerpo?
Sí. Hay
que sacar el foco de atención de esos pensamientos que nos están alterando,
provocando desánimo, ira o preocupación, y que hacen que nuestras decisiones
partan desde un punto de vista inadecuado. Es más inteligente, no más
razonable, llevar el foco de atención a la respiración, que tiene la capacidad
de serenar nuestro estado mental.
¿Dice que no hay que ser razonable?
Siempre encontraremos razones para justificar nuestro mal
humor, estrés o tristeza, y esa es una línea determinada de pensamiento. Pero cuando nos basamos en cómo
queremos vivir, por ejemplo sin tristeza, aparece otra línea. Son más
importantes el qué y el porqué que el cómo. Lo que el corazón quiere sentir, la mente se lo acaba
mostrando.
Exagera.
Cuando
nuestro cerebro da un significado a algo, nosotros lo vivimos como la
absoluta realidad, sin ser conscientes de que sólo es una interpretación de la
realidad.
Más
recursos….
La
palabra es una forma de energía vital. Se ha podido fotografiar con
tomografía de emisión de positrones cómo las personas que decidieron hablarse a
sí mismas de una manera más positiva, específicamente personas con trastornos
psiquiátricos, consiguieron remodelar físicamente su estructura cerebral,
precisamente los circuitos que les generaban estas enfermedades.
¿Podemos
cambiar nuestro cerebro con buenas palabras?
Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina en 1906,
dijo una frase tremendamente potente que en su momento pensamos que era metafórica.
Ahora sabemos que es
literal:
“Todo
ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”.
¿Seguro que no exagera?
No. Según
cómo nos hablamos a nosotros mismos moldeamos nuestras emociones, que cambian
nuestras percepciones. La transformación del observador (nosotros)
altera el proceso observado. No vemos el mundo que es, vemos el mundo que
somos.
¿Hablamos
de filosofía o de ciencia?
Las
palabras por sí solas activan los núcleos amigdalinos. Pueden activar,
por ejemplo, los núcleos del miedo que transforman las hormonas y los procesos
mentales. Científicos de Harward han demostrado que cuando la persona consigue
reducir esa cacofonía interior y entrar en el silencio, las migrañas y el dolor
coronario pueden reducirse un 80%.
¿Cuál
es el efecto de las palabras no dichas?
Solemos
confundir nuestros puntos de vista con la verdad, y eso se transmite: la
percepción va más allá de la razón. Según estudios de Albert Merhabian,
de la Universidad de California (UCLA), el 93% del impacto de una comunicación
va por debajo de la conciencia.
¿Por
qué nos cuesta tanto cambiar?
El
miedo nos impide salir de la zona de confort, tendemos a la seguridad de lo
conocido, y esa actitud nos impide realizarnos. Para crecer hay que
salir de esa zona.
La
mayor parte de los actos de nuestra vida se rigen por el inconsciente.
Reaccionamos según unos automatismos que hemos ido
incorporando. Pensamos que la espontaneidad es un valor; pero para que haya
espontaneidad primero ha de haber preparación, sino sólo hay automatismos. Cada
vez estoy más convencido del poder que tiene el entrenamiento de la mente.
Deme alguna pista.
Cambie
hábitos de pensamiento y entrene su integridad honrando su propia palabra.
Cuando decimos “voy a hacer esto” y no lo hacemos alteramos físicamente nuestro
cerebro. El mayor potencial es la conciencia.
Ver
lo que hay y aceptarlo.
Si
nos aceptamos por lo que somos y por lo que no somos, podemos cambiar.
Lo que se resiste persiste. La aceptación es el núcleo de la transformación.
No
vemos el mundo que es, vemos el mundo que somos.
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