No me voy a cansar de repetir las veces que sea necesario, que cuando un bebé o un niño llora es porque algo no anda bien, es porque la criatura está padeciendo un período sufriente, es porque expresa malestar, dolor, miedo, porque tiene una necesidad afectiva o física que le está haciendo sentir mal, que la criatura no sabe o no puede resolver sola y que no está siendo atendida. No importa cuantas veces me vea en la necesidad de insistir, de apelar al corazón o al sentido común, a la ética, al sano juicio, a las evidencias científicas, hasta que una a una se vuelvan a sensibilizar tantas almas congeladas a lo largo de años de condicionamientos y mentiras que degradan el llanto infantil a la categoría de capricho, manipulación o que propugnan la desalmada conseja de frustrar a los niños para que aprendan a “dominar el carácter”.
Violencia no es solamente pegar,
gritar, insultar… Ignorar el llanto de un bebé o de un niño, también lo es. Desatender el llanto de un niño
entraña desatender sus necesidades legítimas, equivale a enseñar al niño
que de nada vale pedir ayuda porque en este mundo hostil en el que acaba de
aterrizar nadie acudirá al llamado (indefensión aprendida).
Desatender o ignorar el llanto de un
bebé comporta desplegar una respuesta de
alarma en el sistema nervioso que sabotea su correcto desarrollo cerebral generando improntas en
su salud física y mental presente y futura…
Estudios
científicos demuestran que al estar solos, a los bebés les baja la temperatura, les sube el ritmo
cardiaco y se sienten mal, y de cómo se estabilizan y calman cuando se
les acerca su cuidador.
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