Las últimas generaciones nos han dado
una ciencia altamente desarrollada y una técnica, en calidad de don
extraordinariamente valioso, que proporciona las posibilidades de la liberación
y del embellecimiento de nuestra vida: un don jamás ofrecido a las anteriores
generaciones. Pero al mismo tiempo, este don involucra, para nuestra
existencia, peligros y amenazas como jamás han existido hasta ahora.
La suerte de la humanidad civilizada
depende, en grado más alto que nunca, de las fuerzas morales que ella puede
evocar.
Por esa razón el problema que se plantea a nuestra época no es más fácil que los
resueltos por las últimas generaciones.
Las necesidades que experimenta la
humanidad en elementos de subsistencia y bienes de uso diario puede ser
satisfecha,
pues para crearlos se necesita una inversión de horas de trabajo mucho menor
que anteriormente. Pero,
en cambio, el problema de la distribución del trabajo y de los bienes producidos,
se hizo más grave y más difícil de ser resuelto. Todos sentimos que el
libre juego de las fuerzas económicas, la tendencia desordenada y desenfrenada
por las posesiones y el poder por parte de los individuos aislados, ya no conducen de manera automática
hacia una solución tolerable al problema. Se necesita una estudiada
ordenación de la producción de bienes, de la inversión de la fuerza de trabajo y de la
distribución de las mercaderías producidas, para evitar la exclusión
amenazadora de fuerzas valiosas y productivas, y el empobrecimiento y embrutecimiento de grandes masas
de población.
Si el ilimitado “sacro egoísmo” en la
vida económica conduce a resultados perniciosos, él mismo es un dirigente aún peor en
las relaciones mutuas entre las naciones. El desarrollo de la técnica militar es de tal importancia
que la vida humana se va a tornar insoportable si no se encuentra en breve un
camino hacia la prevención de la guerra: tanta importancia inviste este
objetivo, y tan insatisfactorios e ineficaces son los esfuerzos realizados
hasta ahora para hallar este camino.
Se trata de disminuir el peligro
mediante la limitación de los armamentos y por medio de reglar prohibitivas en cuanto a la conducción de las
guerras. Pero la guerra no es un juego de sociedad, durante el cual cada
uno de los contrincantes se atiene a las reglas de juego establecidas. Cuando
se trata del ser o no ser, las
reglas y obligaciones pierden se fuerza. Sólo el repudio incondicional
de la guerra, en general, puede ser de utilidad y eficacia. No basta, en la
emergencia, la creación de una instancia internacional de arbitraje; la seguridad ha de estar
afianzada mediante pactos y convenios, de tal manera que las
resoluciones de aquella instancia habrían de ser cumplidas en común por todas
las naciones. Sin esta
seguridad, las naciones jamás tendrían el valor de desarmarse seriamente.
Imaginen
por ejemplo, que los gobiernos norteamericano, británico, alemán y francés
exigieran a Japón, bajo la
amenaza de un total boicot comercial, la cesación inmediata de sus acciones
bélicas contra China. ¿Creen ustedes que en Japón se encontraría un
gobierno que tomaría a su riesgo la precipitación de su país a una aventura tan
peligrosa? ¿Por qué entonces, no se procede así? ¿Por qué debe temblar por su existencia
toda nación y todo individuo? Sencillamente, porque cada uno busca, en primer lugar, su mezquino
bienestar momentáneo, sin
avenirse a subordinarlo al bienestar y prosperidad de la comunidad.
Es
por eso que les dije al
principio que la suerte de la humanidad depende hoy, en mayor grado que nunca,
de sus fuerzas morales. En todos los órdenes de la vida, el camino hacia
la existencia alegre y feliz lleva a renuncias y limitaciones de la propia
persona que ha de gozarlas.
¿De quiénes podrían surgir las fuerzas
para esta clase de desarrollo espiritual? Sólo de aquellos a quienes se ofrece la posibilidad de
fortificar se espíritu en los años juveniles mediante el estudio asiduo, y de poner en libertad sus
aspiraciones espirituales. Así los contemplamos nosotros, los mayores, a ustedes, los jóvenes,
con la esperanza de que,
armados con sus mejores fuerzas, persigan y logren aquello que nosotros no
hemos podido.
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