El niño se tira al suelo, berrea,
grita, no escucha, no razona… Las rabietas suelen ser comunes a los dos años
(casi ningún niño de esta edad se libra de ellas), pero pueden alargarse unos
años más.
En
el súper, a la hora de irse del parque, o peor aún, en un avión... parece que
los niños tuvieran un olfato especial a la hora de elegir el momento más
inoportuno para montar el show. Y si la
rabieta es con público, mejor.
Los
niños nos ponen a prueba constantemente y nosotros nos desesperamos, pero hay
que tener en cuenta que no lo hacen con intención de fastidiarnos. Simplemente,
todavía no saben expresarse de otra manera.
De
momento, el niño no tiene el lenguaje tan desarrollado como para expresar lo
que quiere y tampoco sabe todavía cómo manejar el enfado o la frustración que
está sintiendo de forma tan intensa. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Esperar hasta los
4 años? Se preguntan muchos padres. Lo cierto es que es a partir de esa edad
cuando las rabietas empiezan a formar parte del pasado, pero en el día a día,
hay muchas cosas que se pueden hacer para, entre todos, acabar con las dichosas
pataletas.
1- Prevenir
Anticiparse
a la situación es garantía de éxito. Los padres saben perfectamente cuáles son
las situaciones que pueden desencadenar una rabieta. ¿Por qué tentar la suerte?
No pasa nada por dar un rodeo para no pasar por delante de la tienda de chuches
delante de la cual nuestro pequeño angelito disfruta imitando a la niña del
exorcista todas las tardes. Y si nos encontramos con amigos en la calle, no
podemos pedirle a un niño de dos años que aguante media hora de conversación.
También
hay que tener en cuenta que cuando los niños están cansados, hambrientos o
incluso cuando están a punto de ponerse malitos están más irritables y son más
propensos a las pataletas.
2- Despistar
A
María se le ponen las orejas rojas, Jesús aprieta fuerte los puños, Sandra
lloriquea y se mueve inquieta en su silla... Son los signos de alarma que
avisan de que el pequeño está a punto de perder el control. En estas
situaciones hay que echar mano del improvisador que cada padre lleva dentro
para desviar la atención del niño. “¡Mira, vamos a contar cuántos coches rojos
pasan!”, le dice Sonia a su hija cuando la niña empieza a agobiarse en el
autobús.
Otra
opción es anticipar las consecuencias, por ejemplo “como te estás portando tan
bien, al terminar te subo en el caballito”. Pero ¡ojo!, tratándose de niños tan
pequeños la recompensa tiene que ser pronto y no es conveniente hacerlo
siempre, ya que así entendería que solo tiene que portarse bien a cambio de
premios.
3- Ignorar
Y
llegamos al quid de la cuestión. Hemos seguido a rajatabla los pasos 1 y 2 y,
aún así, nos encontramos con una hermosa rabieta entre manos. Al igual que pasa
con los adultos, con un niño en pleno ataque de ira no se puede razonar. Lo
mejor que podemos hacer es ignorar su comportamiento, no prestarle ninguna
atención. ¿Y eso por qué? Pues porque la pataleta es un comportamiento negativo
y nuestra atención un premio, por lo tanto no tiene sentido premiarle con
atención, aunque sea para regañarle, si lo que queremos es que deje de
comportarse así.
En
casa es muy fácil. Basta con cambiarnos de habitación y seguir a lo nuestro.
Seguramente ni tendremos que molestarnos en vigilarlo, ya que es muy probable
que nos siga por toda la casa (ya hemos dicho que una rabieta sin público es
como un jardín sin flores).
En
la calle, es otro cantar. Si estamos en una zona sin peligro basta con
alejarnos unos metros, no mirarlo o hacer como que hablamos por teléfono. Si se
puede hacer daño o intenta golpearnos a nosotros podemos sujetarlo con firmeza.
En
un restaurante, lo más probable es que tengamos que sacarlo fuera un ratito
hasta que se calme y, seguramente, en alguna ocasión habrá que ceder y que se
salga con la suya. Esta debe ser la excepción y no la norma, ya que si los
niños aprenden que llorando y pataleando al final obtienen lo que quieren,
estamos perdidos.
4- Pasar página
Y
una vez que haya pasado el chaparrón... a otra cosa. Aunque estemos todavía con
el 'mosqueo' del mal rato que nos ha hecho pasar, en el momento en el que deje
la rabieta le acogemos y damos por zanjado el tema sin hacer comentarios sobre
lo que ha ocurrido.
Ya
hemos hablado de qué hacer para reducir su mal comportamiento, pero los padres
muchas veces olvidamos premiarles cuando lo hacen bien, con lo cual, los niños
sacan la conclusión de que solo les prestan atención cuando se portan mal. En
el día hay un montón de oportunidades para decirles lo bien que hacen las
cosas: “¡Qué bien está comiendo hoy mi niño!”, “¡me encanta cuando juegas con
tu primo sin pelearte!”, “¡cómo me gusta qué me ayudes a regar las plantas!”.
Del
mismo modo, dedicarle todos los días un ratito de atención en exclusiva, compartiendo
un juego del que él sea protagonista, es la mejor inversión anti-rabietas que
podemos hacer.
Alguna
cosa más sobre las rabietas
Dependen
del temperamento del niño. Los que de bebés lloraban mucho y eran difíciles de
calmar, pueden tener más rabietas entre los 2 y los 4 años.
La
actitud de los padres debe ser tranquila y firme. Si durante la rabieta, los
niños ven que 'flaqueamos', esta durará más.
Si
nunca hemos ignorado su comportamiento durante las pataletas, es posible que
estas aumenten en intensidad y frecuencia tras empezar a hacerlo, pero
seguramente remitirá a los pocos días.
Aunque las pataletas parecen eternas,
el desgaste físico y emocional de los peques es tan grande que no suelen durar
más de media hora y se reducen a 5 o 10 minutos si mantenemos siempre la misma
actitud.
Es importante que todas las personas
que cuidan al peque sigan las mismas normas, que deben ser pocas y muy claras.
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