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TODOS SOMOS HIJOS DE DIOS


Señor, no preciso palabras para comunicarme contigo porque eres presencia y voz en el silencio.

Eres brisa y luz, fuerza y ternura; más íntimo que mi propio yo, siempre ahí, siempre, siempre.

Aquietas mis angustias, enciendes brasas dormidas, cicatrizas mis heridas, me liberas, me llenas de paz.

Cada día veo más claro que todos somos tus hijos, soy uno contigo y con todos los demás.

Entiendo que en tu plan de amor nada se malogra y todo, incluso lo que bautizo como malo, tiene un sentido.

Me animas a amar la vida con desmesura, a servir sin barreras, a amar de un modo incondicional.

Me invitas a no devolver mal por mal, perdonar de corazón, ser compasivo y aliviar a los desdichados.


Te amo, Señor, y te doy gracias por tantas bendiciones. Sé que nunca me dejas, te adoro, te alabo y te bendigo.

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