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LOS MÁS POBRES NO SEGUIRÁN SUFRIENDO


No hay duda de que a veces la mentalidad empresarial puede ayudar a la filantropía. Hay problemas que pueden solucionarse al usar tasas de rendimiento e indicadores de éxito fácilmente medibles.

Pero la expresión clave aquí es "a veces". Cuando se trata de filantropía, se pueden tener tantas teorías, sistemas métricos y planes como uno quiera. Pero en la práctica, lo que alimenta el éxito es algo mucho más simple: el deseo y capacidad de hacer lo que haga falta para alcanzar la meta y la libertad de hacerlo de forma creativa. Y ambas cosas están amenazadas por el ascenso de la filantropía administrada como un negocio.

¿Por qué? para empezar, no olvidemos por qué existe la filantropía. Es para llenar un vacio dejado por el mercado y los gobiernos. Por definición, entonces, una mentalidad demasiado empresarial alejará los recursos de las personas más pobres, los problemas más difíciles y las soluciones más importantes, que suelen ser costosas, complejas y lentas.

En ese sentido, la diversidad de estilos de financiación es vital en la comunidad filantrópica, para apoyar distintos tipos de ideas.

¿Qué significa esto? Que hay muchas causas que difícilmente obtienen financiación por parte de enfoques empresariales. Entre ellas: causas que apoyan gobiernos sólidos, movimientos sociales y acciones de base, las cuales pueden ser cruciales para obtener resultados donde más importan. Filántropos con mentalidad demasiado empresarial consideran que el gobierno es un inconveniente que estorba a la hora de solucionar problemas que les incumben. Pero ninguna sociedad en la historia ha prosperado sin inversión pública, infraestructura, leyes y regulación. La filantropía debería generar la demanda para estas cosas en lugar de sustituir la acción del gobierno. Pero para hacerlo, debe apoyar a organizaciones sin fines de lucro, para que impulsen cambios, no sólo para que entreguen resultados medibles predeterminados.

Una monocultura empresarial, en la que todos cumplen el mismo criterio para dar, es inefectiva, no democrática y menos divertida. Reduce la filantropía a poco menos que un ejercicio de contabilidad.

Al final, los donantes de organizaciones sin fines de lucro no son accionistas. No tienen un rango superior a otros miembros. Las agencias deben rendir cuentas no sólo a los donantes y reguladores, sino a quienes ayudan. Y eso es bueno: los afianza en sus comunidades y los mantiene independientes de intereses poderosos que podrían buscar manipularlos, sin importar cuán bien intencionados sean.


Si no tenemos cuidado, la filantropía podría degenerar en un sistema de control, no un sistema de apoyo al cambio social.

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