Cada
persona tiene en su interior alrededor de un kilo de microorganismos. Es
lo que los científicos llaman microbiota, básicamente bacterias —ya hay descritas más de 1.200
especies distintas, pero seguro que aparecerán más—, pero también virus,
hongos y levaduras, explica el presidente del comité científico del cuarto
congreso sobre microbiota intestinal que se ha celebrado en Barcelona.
De
este conjunto de diminutos huéspedes, la mayor parte está en el colon.
“Pesan tanto como nuestro cerebro”. “Ahí es donde procesamos los alimentos vegetales. Nosotros no podemos
extraer de ellos la energía, pero para las bacterias son la materia prima”.
Ellas predigieren la
comida para que los seres humanos la aprovechen.
El primero y más obvio es el digestivo. Por eso cuando una persona toma
antibióticos muchas veces sufre diarreas: es una señal de que el fármaco ha
alterado la microbiota, eliminando especies útiles. De hecho, en EE UU ya se ha aprobado el
trasplante de bacterias fecales para tratar un tipo de diarrea. Pero el
uso de los antibióticos tiene otro efecto. Un experto de la Universidad de
Nueva York, ha comparado el consumo de antibióticos antes de los tres años,
cuando la microbiota se estabiliza, con la obesidad. El trabajo es muy visual:
basta con ver los mapas de consumo de antibióticos y superponerlos con los de
obesidad para ver la relación. En ratones se ha visto que si se les suministran
antibióticos, su tejido adiposo pasa del 20% al 23%. “Perturbar la microbiota en las primeras etapas del
desarrollo tiene consecuencias duraderas”, concluye.
Probióticos y prebióticos
El creciente interés por la microbiota intestinal ha
llegado a la industria alimentaria (y otras), que ya anuncian compuestos probióticos (que aportan
bacterias) y prebióticos (que fomentan que las colonias crezcan) como
reclamos.
No se considera demostrado que los probioticos ofrezcan
ventajas concretas para la salud.
Ante la usurpación del término probiótico por los anunciantes,
la ISAPP propone una triple clasificación: alimentos con organismos vivos, con probióticos y con
probióticos más una propiedad terapéutica. Esta última, cuando se
demuestren.
Pero estos microorganismos también se relacionan con el
sistema inmune. “La
superficie intestinal tiene muchos folículos linfoides que están en contacto
con la microbiota”. “Cuando esta tiene mayor variedad, de alguna manera
entrena al sistema inmunitario que comete menos errores”. Este mejor
funcionamiento del sistema inmune afecta, por ejemplo, a la colitis irritable y
a la enfermedad de Crohn.
Relacionado
con el aparato digestivo está el cáncer más frecuente: el de colon. El
líder del grupo de bioinformática del EMBL (Laboratorio Europeo de Biología
Molecular) ha estudiado a 146 pacientes y ha encontrado una correlación entre su microbiota y el
riesgo de progresión del cáncer. Ello podría ayudar a prever qué
tratamientos hay que dar al enfermo. Y abre la posibilidad de actuar sobre las
colonias —quizá mediante trasplantes— para ayudar a que la respuesta ante los
fármacos sea mejor, indica.
Otra
relación que se presentó es la de la microbiota con el cáncer de hígado.
En este caso es más clara: las bacterias atraviesan la pared intestinal y
llegan al hígado. En este
caso, algunos antibióticos dirigidos podrían ayudar.
Fuera del entorno digestivo, también hay relaciones
interesantes. Por ejemplo se
ha visto que enriquecer la microbiota mejora la depresión en ratones, y que en
niños autistas la variedad de las bacterias es muy inferior a la normal.
Muchos son estudios preliminares, pero apuntan al enorme
campo que se abre con lo
que los científicos califican como nuevo órgano del ser humano.
Las
colonias de microorganismos que habitan el ser humano han evolucionado con él.
“Son un importante socio adaptativo”. La investigadora ha conseguido
reconstruir cómo era la microbiota antes de la revolución del Neolítico, hace
10.000 años, cuando los humanos inventaron la agricultura, según expuso en el
congreso de Barcelona. Para ello ha acudido a los hazda, una tribu de
cazadores-recolectores del noroeste de Tanzania. “Son lo más parecido que hay a la vida del paleolítico”.
Se compararon los microorganismos de los hazda con los de
italianos sanos, son que los africanos tienen una mayor variedad y una
composición muy diferente de microbiota. Por ejemplo, abundan los treponemas,
que en Occidente se considera una infección oportunista, y no tienen
bifidobacterias. Además, su composición es diferente en mujeres —con una
alimentación más rica en tubérculos— y en hombres —con más caza.
Dentro
de las diferencias con los humanos actuales, la investigadora destaca que los
hazda tienen más microorganismos relacionados con producir compuestos
destinados a proporcionar energía, mientras que en los italianos son más
frecuentes los que se encargan de digerir fibra.
Cuando al estudio se le añaden otros colectivos se
“observa una tendencia en el empobrecimiento de la microbiota”, señala la
italiana. Al estudiar también a africanos rurales actuales de Malaui y Burkina
Faso y estadounidenses se puede observar cómo la mayor variedad se da en los
cazadores-recolectores, seguido de las poblaciones rurales y, por último, los
habitantes de ciudades occidentales.
Esto
es una clara muestra del influjo de las condiciones ambientales.
Otro estudio, por ejemplo, ha comparado la microbiota de
amerindios venezolanos, campesinos africanos y estadounidenses. Los dos
primeros grupos tienen una composición más parecida, y hasta un 30% más variada
que la de los americanos del norte.
Tenemos que recuperar bacterias. Eso puede hacerse
mediante el alimento o por otras vías
Una opción sería al del trasplante de bacterias fecales,
pero salvo la excepción del tratamiento aprobado en EE UU, esta técnica ofrece
bastantes dudas.
Aparte
de las bacterias buenas, podemos transferir otras malas.
Muchas de las nuevas especies introducidas no se aclimatan y se pierden muy
pronto. Habrá que desarrollar el método.
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