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DEFENSA DE LA FIDELIDAD


Por Daniel Samper Ospina

Voy a empezar con un triste reconocimiento : en este pais de replicas, en el que Juan del Mar es una especie de Antonio Banderas, Dago Garcia es la version de Steven Spielberg y Jose Gabriel Ortiz hace las veces de David Letterman, para el comun de la gente yo vengo a ser una suerte de Hugh Hefner criollo.
Como soy director de Soho, una revista a la que muchos han bautizado como la Playboy colombiana, la asociacion es facil : creen que en mi oficina hay un jacuzzi humeante repleto de modelos de 22 años dispuestas a todo, y que soy mas promiscuo que un cocker spaniel.
Lo peor de esa creencia es que ni siquiera me toca lo bueno : en mi trabajo no suelo hablar con modelos, sino con sus representantes, y me la paso en un escritorio pidiendo articulos y bregando para que me los entreguen.
Confieso que detesto semejante fama; que nada se compadece menos con mis aspiraciones que las de parecerme a Hugh Hefner; y que lo que mas valoro de mi, asi parezca un vulgar impulso de recien casado, es que soy una persona fiel: o al menos lo suficientemente insegura y perezosa como para que a estas alturas de la vida encuentre francamente insoportable empelotarme en un hotel de tono menor, un martes a las once de la mañana, con cualquier compañera de trabajo a la que no le tengo la confianza que me sobra con mi esposa, bajo la angustia de irme a encontrar con algun conocido a la salida. O hacer lo mismo, pero con una diva tipo Amparo Grisales y la angustia aun mas grave de que, en efecto, no me encuentre con nadie.
Soy orgullosamente fiel. Y no por las ventajas morales de serlo; aun mas, lo soy a pesar de ellas, porque si algo me aburre de mi propia fidelidad es que por su culpa puedo compartir caracteristicas con un monton de gente gris : siempre he creido que los doctores de la patria a los que nunca me quiero parecer, tan untados de Opus Dei como uribismo, no solamente son aburridos, sino tediosamente fieles. Por lo menos de dientes para afuera.
De modo que mi fidelidad no tiene ningun asidero moral.
Soy fiel primero que todo por guardarle un homenaje modesto al amor cotidiano, el de todos los dias, desgastado por la rutina de la tapa del inodoro; que comparte el periodico sobre una cama destendida; que no huira si el cancer llega. Y en el que uno no tiene nada que fingir.
Es un amor que solo exige un pago : el de ser fiel para no traicionar la profunda amistad que tambien lo habita.
No cambiaria la honda y quizas poco notoria felicidad de ese amor ordinario y reposado, por la colorida pero fugaz precipitacion de un buen desliz.
Pero hay mas razones para defender mi monogamia aparte de la deliciosa comodidad que significa sentirse por fuera de la competencia y poder ver una buena pelicula en la cama, con la señora de uno, mientras otros exponen lo mejor de su repertorio en un restaurante escondido ante una mujer que los pone nerviosos y a la que no le tienen confianza, aparte de eso, aparte de eso, digo, soy orgullosamente fiel por mezquinas razones perezosas.
Para ser infiel es necesario cuadrar logisticas, cotejar versiones entregarse a agotadores ejercicios de disimulo. Para ser fiel en cambio, no es necesario hacer nada. Uno se queda viendo futbol en la casa, y ya esta siendo fiel.
Esta defensa de la fiedelidad ,que advierto haber escrito antes en otros medios, tiene un argumento adicional que no habia mencionado : y es que a pesar de que me siento una persona libertaria y progresista cada vez le cedo mas terreno al godo que hay en mi y hoy por hoy reconozco que quiero llegar a grande pareciendome a Alberto Casas.
Hugh Hefner es un lobazo, que envejece entre batas de seda como cualquier mafioso. El ejemplo de Casas en cambio, tiene mas lirica; prefiero irme arrugando entre hijas y nietas, leyendo poesia hasta que no pueda mas. Y con la gloria de haber estado enamorado hasta la muerte de la misma mujer, maravillosa y unica .
Ahora bien : aunque defiendo la fielidad en mi, no persigo la infidelidad en los demas. Cada quien vera que hace.
Incluso soy solidario con el gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, y de su historia lo unico que considero escandaloso es la tarifa de la prostituta : cinco mil dolares es un robo.
Pero a instantes de que nazca mi segunda hija me siento pleno al reconocer que me basta este amor habitual, de marinero en puerto, para ser felizen la misma casa, en la misma cama y con la misma mujer maravillosa y unica.

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