Los padres nos esforzamos por no repetir los errores de nuestros progenitores. Somos muy dedicados y comprensivos, pero débiles e inseguros frente a niños igualados, beligerantes y poderosos.
Somos los últimos hijos regañados por nuestros padres y los primeros a quien los hijos nos regañan y nos irrespetan.
Ahora son los padres los que tienen que complacer a sus hijos para ganárselos. Esto explica el esfuerzo que hacen los papas para ser los mejores amigos de sus hijos.
El autoritarismo del pasado hacia que los hijos temieran a los padres, la debilidad de hoy llena a los hijos de debilidad y menosprecio al vernos desorientados y perdidos como ellos. Los hijos necesitan percibir y sentir que hay una cabeza en sus vidas capaces de sujetarlos para contenerlos y guiarlos para saber a donde van.
Solo una actitud firme y respetuosa les permite confiar en nuestra idoneidad para gobernar sus vidas, para ir adelante liderándolos y no atrás cargándolos. Así evitamos que se ahoguen en el descontrol y hastío.
Hoy debemos ganarnos la autoridad de los hijos porque somos personas dignas de admiración y respeto y las más idóneas para la formación de los hijos.
Los niños de hoy ya no tragan entero, no se dejan conducir por quienes están tan perdidos como ellos. Se están quedando sin modelos a seguir y sin quien les establezca los parámetros de lo que deben y no deben hacer.
Tenemos que ser y parecer personas cuya forma de pensar, lucir y actuar mueva a los hijos a seguir nuestro modelo y recomendaciones porque nos respetan profundamente. Tendiendo la sensatez y estabilidad que nos haga merecedores de su admiración sin ser luces incapaces de mostrar el camino de la vida. Debemos actuar como faros en lo alto iluminando la totalidad de su sendero permitiéndoles actuar seguros hacia la cumbre de su propia madurez.
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